3-10 Tormenta calmada

Sálvanos, Señor, nos hundimos

Contexto 

El peregrino está ya desplegado en su actividad de anunciar la Buena Noticia con su grupo de apóstoles. Acabamos de contemplarle en la montaña predicando el sermón del monte. Una gran multitud estuvo escuchando y maravillándose por el contenido de su propuesta de vida. Hemos de imaginar como su fama se esparció y que toda la gente lo seguía. El evangelista Mateo, dedica tres capítulos al sermón (5,6 y 7) Luego, a partir del capítulo 8 nos relata que luego de bajar del monte, su actividad fue incesante, que lo seguía una gran multitud pidiéndole ayuda. Un leproso, el centurión pidiendo ayuda para su sirviente, luego encuentran en la casa de Pedro a su suegra con fiebre y al atardecer, le llevaron muchos endemoniados. A todos los curó. Al verse rodeado por tanta gente, les indicó a sus discípulos que cruzaran en la barca hacia la otra orilla. Estaba exhausto. Había sido un día muy intenso y seguía llegando gente.

Es en este contexto nos encontramos con la escena de este capítulo. Muchas discusiones de los estudiosos sobre si lo relatado fue histórico o no, si la tormenta y la calma de ella fue una coincidencia, o fue una forma de ilustrarnos con un mensaje para nuestras vidas. No es este el espacio de analizar cada una de ellas y sus alcances. Lo que, si podemos constatar del relato que es muy razonable que Jesús, agotado, se hubiera quedado profundamente dormido antes de que se desatara la tormenta. También es un hecho, que, por la conformación geográfica del mar de Galilea, rodeado de montañas, tenga eventos que, a partir de un momento de gran calma, abruptamente se desate una tormenta muy fuerte y tan rápido como comienza, se puede calmar. Eso ha ocurrido y sigue ocurriendo en la actualidad y no son pocos los naufragios y muertes ocurridas.

Los discípulos eran pescadores avezados y la tormenta debe haber sido muy fuerte para que ellos entraran en pánico y le pidieran ayuda a un campesino de Nazareth que llevaban a bordo. Lo acababan de escuchar y contemplar haciendo milagros con enfermos de distinto tipo, pero no imaginaban que pudiera incluso influir en la fuerza del clima y con ello salvarlos.

Dispongámonos a vivir con los apóstoles esta escena y sacar provecho de ella con lo que nos ha ocurrido en nuestra vida o lo que nos está ocurriendo actualmente.

Oración Inicial.

Señor, en respuesta a tu infinito amor, te ofrezco este momento de oración. Que todo lo que reflexione, decida y planifique, esté solamente
orientado a unirme a Ti y a vivir contigo, amando, perdonando y sirviendo en tu nombre. Que así sea. 

Gracia a pedir

Pedimos la gracia de no perder nunca la fe, sobre todo en los momentos más difíciles de nuestra vida.

Textos.  (Mateo 8,23-27)

Después Jesús subió a la barca y sus discípulos lo siguieron. De pronto se desató en el mar una tormenta tan grande, que las olas cubrían la barca. Mientras tanto, Jesús dormía. Acercándose a él, sus discípulos lo despertaron, diciéndole: '¡Sálvanos, Señor, nos hundimos!.  Él les respondió: '¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?'. Y levantándose, increpó al viento y al mar, y sobrevino una gran calma.  Los hombres se decían entonces, llenos de admiración: '¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen? '

Puntos. EE:   [279]

Centraremos nuestra contemplación en estos tres puntos de los Ejercicios Espirituales sugeridos por San Ignacio de Loyola:

Primero: Estando Cristo nuestro Señor durmiendo en la barca, en el mar se levantó una gran tempestad.

Segundo: Sus discípulos, atemorizados, lo despertaron, y él les responde por la poca fe que tenían, diciéndoles: “¿Qué teméis, apocados de fe?”

Tercero: Mandó a los vientos y el mar que cesasen, y así al cesar el viento quedó tranquilo el mar; de lo cual se maravillaron los hombres, diciendo: “¿Quién es éste, a quien hasta el viento y el mar obedecen?”

Contemplación. 

 Con la imaginación nos trasladamos en el tiempo y en el espacio hasta Cafarnaúm, donde podemos contemplar a un gran gentío, bajando de la montaña donde habían escuchado el Sermón del monte y otros que alertados por las maravillas que estaban presenciando, traían a sus enfermos para que Jesús los curase. Mucha, mucha gente. Algunos gritaban para llamar la atención de Jesús, quien trataba de atenderlos a todos. Es así como avanzada la tarde Jesús se dirige a la playa donde estaba la barca de Pedro, suben a ella y se alejan de la costa. 

En la orilla quedó el gentío. Esperarían una nueva oportunidad de encontrarse con Jesús y sus milagros. 

Nosotros vamos también a bordo. El mar está tranquilo. Una suave briza sopla. A lo lejos se divisan algunas nubes, pero nada hacía presagiar que el clima cambiara bruscamente. Jesús se ubica en la popa de la barca, cuatro apóstoles se encargan de impulsar la embarcación con sus remos. Entre el balanceo y el monótono sonido de los remos al hundirse en el agua, se produce un relajamiento luego de una jornada tan intensa. Jesús se deja llevar por esa cadencia y se queda profundamente dormido, allá atrás, en la popa.

Todavía está lejos la otra ribera hacia donde nos dirigimos, cruzando de norte a sur el lago en su extensión más larga. 

De pronto, la suave briza se transforma en un viento que sopla cada vez más fuerte. El mar que al partir era tranquilo comienza a tener un oleaje que ondula la navegación y el cielo se cubre de negras nubes que aparecen muy rápidamente. Observamos que los pescadores comienzan a preocuparse, porque todo hace pensar que tendremos un episodio de inesperada tormenta. Mientras nosotros nos inquietamos, Jesús duerme plácida y profundamente sin percatarse de lo que está comenzando a ocurrir.

Todo empeora. El viento ahora es fuertísimo, el oleaje levanta y sacude la barca con fiereza y ha comenzado una intensa granizada. Los pescadores ya no están inquietos, están muy asustados. Es la tempestad más fuerte que han vivido en mucho tiempo y se vienen a sus mentes las numerosas historias de naufragios de embarcaciones similares a esta con fatales consecuencias.

Uno de ellos despierta a Jesús y le pide ayuda, porque estamos pronto a hundirnos y perecer Vemos a Jesús ponerse lentamente de pie. El granizo se ha convertido ahora en una intensa lluvia que nos moja a todos. Jesús contempla la escena, eleva la mirada a las negras nubes que dejan caer cascadas de agua lluvia, al mar que tiene un oleaje que supera con creces el tamaño de la embarcación. Siente el viento que le empuja con fuerza. Y nos contempla a todos nosotros … debemos tener una expresión de pánico. Mueve la cabeza y nos pregunta el motivo del miedo … nos reprocha nuestra falta de fe. Ante situaciones complejas, nos rendimos al miedo.  La verdad es que nos parece que no nos comprende … la situación es realmente crítica y si pescadores avezados están en pánico, ¿Qué queda para nosotros?

Jesús extiende los brazos y algo pronuncia que no alcanzamos a oír bien, pero la lluvia comienza a ser más débil, el oleaje menos intenso y el viento más suave. Y así, tan rápido como empezó la tormenta se va calmando hasta volver a la situación inicial. Las nubes negras se alejan y navegamos ahora mojados, pero seguros en un mar tranquilo. La ribera sur del lago se divisa más cercana, lugar donde desembarcaremos.

Nos queda en la memoria todo lo sucedido, como desesperamos ante la adversidad mientras Jesús dormía y como con él, estando presente y activo, todo se solucionó y volvimos a estar tranquilos y en paz. 

Reflexión personal.

Traemos a nuestra memoria los momentos pasados, o a lo mejor presentes en que nos llenamos de temores, de inquietudes. Cuando lo que nos ocurre, nos supera.  Esa enfermedad, ese familiar o amistad que sufre tanto, esas pérdidas de vida que nos llegan al alma. Situaciones de injusticia propias o de otras personas. Son las tormentas a las que estamos expuestos en nuestras vidas. Pueden llegar en cualquier momento, de una vida tranquila a una agitada puede pasar rápidamente.  

¿nos ha pasado? … ¿cuándo? … ¿cómo fue? … ¿con quienes? … o a lo mejor nos está pasando, ahora mismo.  Quedémonos un tiempo contemplando esas fuertes olas y el viento sacudiendo la barca de nuestra vida … y nosotros con angustia y desolación.

En esos momentos, igual que lo que les ocurrió a los apóstoles, Jesús duerme, no participa y tratamos de enfrentar el mal tiempo por nuestros propios medios, pero el miedo nos vence. Cuando estamos pronto a sucumbir nos acercamos a Él y le pedimos ayuda, lo despertamos. Recodemos como en nuestras circunstancias hicimos oración, le pedimos ayuda, confiamos en que podría ayudarnos a superar los problemas, aunque no fuera de la forma que nosotros queríamos.  

Si ahora mismo estamos en medio de una tormenta, animémonos a despertarle, a confiar en que con Él todo saldrá mejor que solos. Pidámosle que se haga su voluntad, aunque no sea la misma nuestra y así, igual que como le ocurrió a Jesús en Getsemaní, recuperar la paz. Igual que los apóstoles en este pasaje, comenzar a navegar por aguas más tranquilas.

Finalmente recordemos la salida de ese momento complejo. No siempre es lo que queremos, pero incluso así, hemos podido enfrentar la adversidad en paz. La enfermedad se curó o se hizo más llevadera. Esa persona se salvó de fallecer o pudimos aceptar en paz que sigue viviendo en otra dimensión eterna. Esa injusticia se reparó o pudimos avanzar sin rencores, perdonando a quienes nos hicieron daño. La tormenta se calma de una forma u otra. Recordemos como fue en nuestro caso. Ahora, si estamos en medio de la tormenta actualmente ánimo, pasará, no perdamos la fe. Estamos con Jesús y con Él nada malo nos ocurrirá

Coloquio. 

Conversemos con Jesús de nuestras experiencias, de las tempestades en nuestras vidas, de las pasadas y las actuales y pidámosle que lo sintamos siempre presente apoyándonos, animándonos, acompañándonos. Que no perdamos la fe, y que si alguna vez nos ocurre, poder rápidamente comprobar su presencia e igual que los apóstoles poder comprobar que con Él estamos seguros porque es capaz de ayudarnos a superar todas las tormentas de nuestras vidas.

Examen de la oración

Para compartir grupal
En el grupo podríamos responder a las siguientes preguntas