Contexto
Amigas (os) ¡qué alegría compartir nuevamente para hablar de esperanza! Y qué mejor momento que Pentecostés, cuando la esperanza se hizo fuego y transformó corazones.
Antes de escuchar lo que sucedió ese día tan especial, me gustaría que nos tomáramos un instante para pensar en nosotras mismas, en nuestra vida, en nuestros sentimientos.
¿Alguna vez se han sentido encerradas(os)? Quizás no encerradas(os) en una habitación con llave, pero sí... encerradas(os) por dentro. Encerradas(os) por el miedo a lo que pueda pasar, encerradas(os) por la tristeza que a veces nos visita, encerradas(os) por la rutina que parece no tener fin, o incluso encerradas(os) por no saber qué decir o cómo actuar ante un problema. * (Hacer una pausa breve, para la reflexión interna).*
¿Y el miedo? Todas(os) conocemos al miedo, ¿verdad? Miedo al futuro, miedo a la enfermedad, miedo a la soledad, miedo a no ser suficientes... Ese miedo que a veces nos paraliza, nos quita las ganas, nos hace querer escondernos. * (Otra pausa breve).*
Pensemos por un momento en los amigos de Jesús, sus discípulos, justo después de que Él se fue al Cielo. La Biblia nos cuenta que estaban así: encerrados y con mucho miedo. Habían perdido a su Maestro, no entendían bien qué iba a pasar, y temían por sus propias vidas. Su esperanza parecía haberse apagado. Estaban... como una fogata a la que solo le quedan brasas humeantes, casi sin vida.
Pero algo extraordinario estaba por suceder. Algo que iba a cambiarlo todo. Algo que iba a convertir esas brasas humeantes en un fuego ardiente, capaz de iluminar y calentar al mundo entero.
Ahora, con este sentimiento de los discípulos en nuestro corazón –ese encierro, ese miedo, pero también esa pequeña chispita de espera–, vamos a escuchar lo que nos cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles sobre el día de Pentecostés. Escuchemos cómo Dios irrumpió en sus vidas y encendió en ellos un fuego de esperanza completamente nuevo."
Hechos de los Apóstoles 2, 1-4. 14a. 37-39
Al llegar el día de Pentecostés estaban todos reunidos en el mismo lugar.
De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban.
Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos.
Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse [...]
Entonces Pedro, poniéndose en pie con los Once, levantó la voz y les dirigió la palabra: [...]
Al oír estas cosas, todos se conmovieron profundamente, y dijeron a Pedro y a los otros Apóstoles: «Hermanos, ¿qué debemos hacer?».
Pedro les respondió: «Conviértanse y háganse bautizar en el nombre de Jesucristo para que les sean perdonados los pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo.
Porque la promesa ha sido hecha a ustedes y a sus hijos, y a todos aquellos que están lejos: a cuantos el Señor, nuestro Dios, quiera llamar».
Comentario
"¡Qué fuerza tiene esta Palabra! ¿Se imaginan la escena? Aquellos discípulos, que momentos antes estaban llenos de miedo y encerrados, ¡de repente transformados!
1. El Viento y el Fuego del Espíritu:
No fue una brisa suave, dice la Escritura, sino un "viento recio", un viento que lo llena todo, que remueve lo que está estancado. Y luego, esas "lenguas como llamaradas" que se posaron sobre cada uno. ¡Fuego! El fuego que purifica, el fuego que ilumina, el fuego que da calor y energía.
Ese es el Espíritu Santo. No es una idea bonita, es una fuerza poderosa de Dios que vino a habitar en ellos, y que también quiere habitar en cada una de nosotras.
2. Del Miedo a la Valentía Audaz:
Fíjense en Pedro. El mismo Pedro que por miedo había negado a Jesús tres veces, ahora se pone de pie, con una valentía nueva, y habla a la multitud con una claridad y una convicción impresionantes. ¿De dónde sacó esa fuerza? ¡Del Espíritu Santo! El Espíritu les quitó el miedo y les dio parresía, que es una palabra griega que significa hablar con audacia, con franqueza, con total confianza.
Ese fuego de Pentecostés encendió en ellos una esperanza audaz, una certeza tan grande en Jesús Resucitado que ya no podían callar.
3. Un Mensaje para Todos, una Promesa Viva:
Y lo maravilloso es que este don no era solo para ellos. Pedro lo dice claramente: "Convertíos... y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque la promesa vale para vosotros y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para cuantos llamare el Señor Dios nuestro."
¡Esa promesa también es para nosotras(os) hoy! Ese mismo Espíritu que transformó a los apóstoles quiere transformarnos a nosotras(os). Quiere llenar nuestros corazones de esa misma esperanza viva, de esa misma valentía para enfrentar nuestras dificultades y para ser testigos de su amor.
4. El Fuego que Enciende Otros Fuegos:
Pentecostés es el nacimiento de la Iglesia, sí, pero es sobre todo la manifestación de una esperanza que se contagia, como un fuego que enciende otros fuegos. Ellos recibieron ese fuego y salieron a encender el mundo.
Quizás nosotras(os) no tengamos que hablar a grandes multitudes como Pedro, pero sí podemos llevar esa pequeña llama de esperanza a nuestra familia, a nuestros vecinos, a nuestra comunidad parroquial. Con una palabra de aliento, con una sonrisa sincera, con una oración por alguien que sufre, con un gesto de servicio.
Amigas(os), ese fuego de Pentecostés no es solo un recuerdo bonito del pasado. Es una realidad viva y actual. El Espíritu Santo sigue soplando, sigue queriendo encender nuestros corazones. La pregunta para nosotras(os) hoy es: ¿Estamos dispuestas(os) a abrirle la puerta de nuestro corazón para que Él entre y encienda en nosotras(os) ese fuego de esperanza?"
Reflexión Personal
¿Cuáles son esas 'pequeñas o grandes oscuridades' que a veces quieren apagar mi esperanza?
¿Cómo puedo ser yo una pequeña 'luz de esperanza' para alguien que está pasando por un momento difícil en mi familia, vecindario o parroquia?
Oración
Oh, Espíritu Santo, Fuego de Amor,
que descendiste con poder sobre los Apóstoles y María en el Cenáculo,
te pedimos humildemente que vengas también sobre nosotras.
Quema nuestros miedos, como quemaste los suyos.
Ilumina nuestras oscuridades con tu luz divina.
Fortalece nuestra debilidad con tu poder.
Enciende en nuestros corazones una esperanza viva y audaz,
para que, transformadas por tu gracia,
podamos ser testigos valientes del amor de Jesús.
Que tu fuego nos purifique, nos una y nos envíe.
Te lo pedimos en el nombre de Jesús, nuestro Señor.
Amén."