Contexto
"Hemos recorrido un camino muy bonito en este retiro. Recordamos ese fuego poderoso de Pentecostés que transformó a los discípulos, dándoles una esperanza audaz. Y luego, meditamos en cómo la Luz de Jesús brilla incluso en nuestras oscuridades, asegurándonos que Él es más fuerte que cualquier noche.
Ahora, quiero que pensemos en algo muy importante. Ese fuego de Pentecostés, esa luz de esperanza... ¿creen ustedes que era solo para que cada uno lo guardara para sí mismo, en su corazoncito, y ya está? * (Pausa breve)*.
Imaginen una fogata. Si tenemos solo una brasa encendida, solita, ¿qué le pasa con el tiempo? Se va enfriando, se apaga, ¿verdad? Pero si juntamos varias brasas, si las ponemos cerquita unas de otras, ¿qué sucede? Se dan calor mutuamente, el fuego se mantiene vivo, ¡e incluso puede crecer y hacerse más grande!
Así es con nuestra fe y nuestra esperanza. El Espíritu Santo no nos dio su fuego para que fuéramos cristianos solitarios. Desde el principio, desde ese mismo día de Pentecostés, los que creyeron en Jesús se unieron. Formaron una comunidad.
¿Y por qué? Porque sabían, quizás instintivamente, que juntos eran más fuertes. Juntos podían mantener viva esa llama de la fe. Juntos podían animarse unos a otros cuando la esperanza flaqueaba. Juntos podían compartir el pan, la oración, las alegrías y también las tristezas.
Hoy vamos a recordar un poquito cómo vivían esos primeros cristianos, esa primera comunidad nacida del fuego de Pentecostés. No porque queramos copiar exactamente todo lo que hacían, porque los tiempos son distintos. Sino para inspirarnos en su espíritu, en cómo ellos descubrieron que ser comunidad era una forma poderosa de vivir y de irradiar la esperanza que habían recibido.
Pensemos en nuestra propia parroquia, en nuestros grupos, en nosotras(os) aquí reunidas(os). Somos una pequeña comunidad. Y la pregunta que nos podemos hacer es: ¿Cómo podemos ser, nosotras(os) también, como esas brasas que se juntan para que el fuego de la esperanza no solo no se apague, sino que crezca y caliente a otros a nuestro alrededor?
Vamos a escuchar o recordar cómo vivían esos primeros hermanos nuestros en la fe, para ver qué nos pueden enseñar hoy sobre ser una comunidad que es, en sí misma, un signo de esperanza."
Hechos 2, 42-47
" Todos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan y en
las oraciones.
Un santo temor se apoderó de todos ellos, porque los Apóstoles realizaban muchos prodigios y signos.
Todos los creyentes se mantenían unidos y ponían lo suyo en común: vendían sus propiedades y sus bienes, y distribuían el dinero entre ellos, según las necesidades de cada uno.
Íntimamente unidos, frecuentaban a diario el Templo, partían el pan en sus casas, y comían juntos con alegría y sencillez de corazón; ellos alababan a Dios y eran queridos por todo el pueblo.
Y cada día, el Señor acrecentaba la comunidad con aquellos que debían salvarse."
Comentario
"¡Qué ejemplo tan hermoso nos da esa primera comunidad de creyentes, nacida del fuego de Pentecostés! No eran perfectos, seguro que tenían sus problemas como nosotros, pero había algo especial en su forma de vivir juntos. ¿Qué podemos aprender de ellos para que nuestra comunidad también sea un verdadero lugar de esperanza?
1. Se Alimentaban Juntos de la Palabra y el Pan:
Dice que "acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles y a la fracción del pan". Es decir, buscaban juntos el alimento para su fe: la Palabra de Dios que les daba luz y la Eucaristía que les daba la fuerza de Jesús mismo.
Una comunidad que quiere tener esperanza necesita alimentarse junta, necesita compartir la fe, escuchar la Palabra y celebrar la presencia de Jesús entre nosotros. Eso nos une y nos fortalece.
2. Vivían la Comunión Fraterna ("Koinonía"):
"Todos los creyentes vivían unidos". Esta "comunión" o "koinonía" era más que ser amigos. Era sentirse verdaderamente hermanos y hermanas en Cristo, preocupándose unos por otros. Compartían lo que tenían "según la necesidad de cada uno".
Esto nos enseña que la esperanza crece cuando nos cuidamos mutuamente, cuando estamos atentos a las necesidades del otro, cuando nadie se siente solo o abandonado en la comunidad. Un gesto de apoyo, una llamada, una visita, puede ser una inyección de esperanza para alguien.
3. Oraban Juntos y con Alegría:
"Acudían a las oraciones... alababan a Dios y compartían la comida con alegría y sencillez de corazón". La oración comunitaria y la alegría eran distintivos de su esperanza. Una comunidad que reza unida, permanece unida y llena de esperanza. Y la alegría, incluso en medio de las dificultades, es un signo de que confiamos en Dios.
¿Cómo es nuestra oración comunitaria? ¿Refleja esa alegría y esa confianza?
4. Eran un Testimonio Atractivo:
Y fíjense el resultado: "eran bien vistos de todo el pueblo. Y el Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se iban salvando." Su forma de vivir juntos, su amor mutuo, su alegría, su generosidad... ¡eso era un imán! La gente veía en ellos algo diferente, algo lleno de esperanza, y quería ser parte de eso.
Cuando nuestra comunidad parroquial vive de verdad el amor fraterno, cuando se preocupa por los demás, cuando irradia alegría y fe, se convierte en un faro de esperanza para muchos que andan buscando sentido en sus vidas.
El Fuego se Mantiene Vivo Juntos:
El fuego de Pentecostés que recibimos individualmente necesita del calor de la comunidad para mantenerse vivo y crecer. Una comunidad que se alimenta de la Palabra y la Eucaristía, que vive la fraternidad, que ora con alegría y que se preocupa por los demás, es una comunidad que irradia esperanza. Es un lugar donde uno puede decir: "Aquí me siento acogida(o), aquí me siento querida(o), aquí mi fe se fortalece, ¡aquí hay esperanza!"
Pensemos ahora, cada una(o) y luego quizás compartiendo un poquito, ¿cómo podemos nosotras(os), con pequeños gestos, ayudar a que nuestra parroquia, nuestro grupo, sea cada día más ese lugar de esperanza viva para todos?"
Reflexión Personal
¿Cómo podemos ser nosotras(os), como comunidad parroquial, un lugar donde la esperanza se contagie?
Pensando en nuestra parroquia y en nuestro grupo, ¿Qué pequeño gesto o actitud podríamos tener para que otros sientan más esperanza al acercarse a nosotros o al participar aquí?"
Oración al Padre
Dios Padre bueno, fuente de toda vida y de toda esperanza,
Te damos gracias por este encuentro fraterno.
Gracias por permitirnos sentir una vez más el calor de tu amor
y la fuerza de tu Espíritu que nos renueva.
Gracias por recordarnos que, incluso en nuestras oscuridades,
Tú eres nuestra Luz y nuestra fortaleza.
Ayúdanos a confiar siempre en tus planes de bienestar para nosotras.
Oración al Hijo
Señor Jesús, Luz del mundo y Paz nuestra,
Gracias por tu Palabra que nos ha iluminado y confortado.
Gracias por el ejemplo de los primeros discípulos y por enseñarnos el camino de la comunidad y el servicio.
Te pedimos que nos ayudes a ser tus testigos valientes, llevando tu esperanza a todos los rincones de nuestra vida,
especialmente a aquellos que más la necesitan.
Que nuestro actuar refleje tu amor y tu compasión.
Oración al Espíritu Santo
Espíritu Santo, Fuego divino, Defensor y Consolador,
Gracias por el don de Pentecostés que se renueva hoy en nosotras.
Te suplicamos que mantengas encendida en nuestros corazones
la llama de la fe, la esperanza y la caridad.
Danos la sabiduría para discernir cómo podemos "encender otros fuegos",
la fortaleza para no desanimarnos ante las dificultades, y la alegría para ser mensajeras de tu Buena Noticia.
Oración a María
Madre María, Estrella de la Esperanza y Reina de Pentecostés,
Acompáñanos con tu ternura maternal en este camino.
Enséñanos a guardar y meditar la Palabra en nuestro corazón como tú lo hiciste, y a decir siempre "sí" a la voluntad de Dios con generosidad y confianza.
Intercede por nosotras para que seamos fieles portadoras de la esperanza de tu Hijo.