2.3-La Presentación del niño
Jesús en el templo

Ahora ya podemos descansar en paz

Contexto 

Continuamos acompañando y contemplando el peregrinar de Cristo Jesús, quien por decisión de la Trinidad viene a nuestro encuentro encarnándose en María para traernos una forma de vivir y de sentir que nos salvará de las angustias, culpas y desolaciones. En tiempo de adviento acompañamos a María con el niño en su vientre desde Nazareth a Ain Karem a visitar a su prima Isabel y luego de vuelta a Nazareth. Luego cuando ya estaba pronta a dar a luz, parten con José a Belén a cumplir con una orden del emperador. Allí nace el niño, es visitado por unos pobres pastores, los primeros en conocer de la noticia de la llegada del Mesías, el salvador. Luego acompañamos a José que a los ocho días del parto cumple con circuncidarlo y oficialmente ponerle por nombre Jesús, que significa el que salva, el salvador, Dios que salva. Dejamos a María con el niño en brazos, llorando y aún con su pañal ensangrentado.

Ya no es genéricamente “el niño Dios” sino que ahora es Jesús. Así le llamamos y le conocemos. Tiempo después dirá que el pastor conoce a sus ovejas y las llama por su nombre. A partir de ahora nosotros, parte de su rebaño, conocemos al pastor por su nombre y le invocaremos persistentemente: Jesús, Jesús, ten compasión de mí. Y el nos sanará. 

José y María siguen probablemente con Jesús en el portal, el cual cada día es más acogedor por el esfuerzo de ellos en brindarle lo mejor a su hijo. Cuando se cumplen 40 días del parto, emprenden viaje nuevamente. Se dirigen a Jerusalén, que estaba solo a 8 kilómetros de Belén, un par de horas de camino, para acudir al templo a dos ceremonias importantes de su religión: La purificación de la madre y la presentación del primogénito. 

EL rito de purificación está descrito en el Antiguo Testamento en Levítico 12,1-8 y el ofrecimiento del primogénito tiene su origen en Éxodo 13,11 y está descrito en Números 3,40-51. El pasaje de Lucas no explicita si además de presentarlo optaron por pagar el rescate de 5 monedas de plata, si es claro que ofrendaron dos tórtolas. Independiente de ello en nuestra contemplación imaginaremos que, si lo hicieron, pues en la práctica ellos retornan con el niño, que crece con ellos y si bien, dedica su vida a Dios, no lo hace sirviendo en el templo como hubiera sido si no hubieran pagado el rescate.

En su estadía en el templo se encuentran con dos ancianos que profetizan sobre el sentido y el futuro de la vida de Jesús: Simeón y Ana.

Preparémonos para asistir con ellos a esta liturgia tan importante de su práctica religiosa y a encontrarnos con estos profetas en el templo

Oración Inicial.

Señor, en respuesta a tu infinito amor, te ofrezco este momento de oración. Que todo lo que reflexione, decida y planifique, esté solamente
orientado a unirme a Ti y a vivir contigo, amando, perdonando y sirviendo en tu nombre. Que así sea. 

Gracia a pedir

Pedimos la gracia de sentirnos muy cerca de la sagrada familia en su práctica religiosa y poder también declarar lo que será Jesús para nosotros, en nuestra vida, en nuestro ser.

Texto.  (Lucas 2,22-39)

Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: “Todo varón primogénito será consagrado al Señor”.

También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.

Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor.

Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo:

'Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel'.

Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él.

Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: 'Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos'.

Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido.

Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones.

Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.

Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea.


Puntos. EE:   [268]

Reflexionemos lo que nos suscita cada uno de estos puntos de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola


Primero: Traen al Niño Jesús al templo, para que sea presentado al Señor como primogénito, y ofrecen por él “un par de tórtolas o dos pichones.”

Segundo: Simeón, viniendo al templo, “le tomó en brazos” diciendo: “Ahora, Señor, deja a tu siervo irse en paz.”

Tercero: Ana, viniendo después, alaba al Señor y alababa al Señor y hablaba del Niño a todos los que esperaban la redención de Israel.”

Contemplación

Nos imaginamos a José y María dejando el rincón donde vivían para un viaje de un par de horas a Jerusalén. Es la primera salida de María, quien allí será purificada. ¿No nos parece extraño que “la purísima” tenga que ser purificada? Pero ellos eran muy observantes de la ley y de su religión. Los acompañamos, saliendo de Belén por un camino con hartos peregrinos que transitan. Es un sector montañoso, con subidas y bajadas, sinuoso. Salen temprano en la mañana para alcanzar a volver antes de que anochezca.

Los acompañamos ingresando a Jerusalén, la ciudad más importante de ese tiempo por esos lados. Allí está el templo, imponente. Mucha gente que va y viene a cumplir con los ritos religiosos. Lo primero es la purificación de María.

Ellos no tenían recursos para ofrendar un cordero, así que se acogieron a la posibilidad que fueran solo dos pichones o palomas que José compró a los mercaderes que estaban allí para facilitar este mandamiento. El cordero hubiera costado siete días de trabajo de José. Los pichones un día y medio. María le pasa el niño a José y se dirige al atrio de las mujeres, sube la escala y llega al atrio de Israel cerca de la puerta de Nicanor. Allí se encuentra con otras mujeres que también van a purificarse. Todas entregan sus ofrendas. Pasan por un baño ritual que las deja limpias que encabezan los levitas. Huele a incienso. Sacrifican uno de los pichones que ensangrentado dejan en un altar. María se estremece. Tres décadas más tarde habrá otro sacrificio que la hará sufrir.  Hay varias mujeres allí purificándose, pero nosotros tenemos la vista solo en ella. Estamos lejos, pero no la perdemos de vista. Hasta que, terminado el rito, baja las escalinatas y vuelve a encontrarse con José y el niño. Sonríe. Se siente feliz de estar purificada. Ella no tan solo sigue los preceptos, sino que los siente y se emociona con ellos.

Ahora se dirigen juntos, los tres a otra parte del templo para la presentación del primogénito. La tradición religiosa contemplaba que los primogénitos debían consagrarse al Señor y a permanecer a su servicio. Pero los padres podían ofrecer un pago para rescatar al niño del servicio directo a Dios. El precio de cinco monedas de plata era equivalente a unos veinte días de trabajo. No fue fácil para José conseguir ese dinero. No se imaginaron que tres décadas más tarde pagarían 30 monedas de plata para capturar a quien ahora estaban presentando en el templo.

Observamos, respetuosamente a una distancia media como José y María se acercan al sacerdote. EL sacerdote le pregunta a José “¿Qué prefieres, entregarme a tu primogénito o redimirlo?” José responde con dos bendiciones rituales y le entrega las monedas simbolizando el rescate del primogénito de su consagración al servicio directo de Dios. El sacerdote las toma y pronuncia bendiciones y realiza oraciones. María con el niño en sus brazos contempla silenciosa y muy pendiente de cada palabra del sacerdote. Jesús redimido. El redentor ha sido redimido. Ese sacerdote no tenía idea de quien era ese niño. No podía percatarse de la magnitud de lo que estaba ocurriendo en la casa de Dios, con Dios encarnado en Jesús, participando anónimamente.

Terminada la ceremonia se devuelven los tres felices. Salimos a su encuentro. Hemos sido testigos nuevamente de una ceremonia muy relevante en la vida que se inicia con Jesús. Le damos un abrazo y María nos permite tomar al niño en brazos. Lo tomamos con cuidado. Está tranquilito. Nos mira a los ojos con dulzura. Años después esa mirada nos cautivará para seguirle. Ya es una mirada especial. Le acariciamos su pelo y sus mejillas. Le damos un beso en la frente. Nosotros conocemos la historia. En nuestros brazos está quien dividirá la historia en dos. Será un antes y un después de él. En nuestros brazos está quien presentará una forma de vivir que es la felicidad y la alegría de hacer la voluntad de Dios. En nuestros brazos, el Mesías. Que maravilla. ¿No es la experiencia máxima que quisiéramos vivir? Después de esto, ya podemos descansar en paz. Tomamos al niño y lo levantamos en señal de alabanza a Dios y se nos viene a la mente el futuro. Será levantado, pero no para alabar. Será en un madero. Guardamos silencio al respecto. ¿Cómo decirle a María que tendrá un final trágico? O ¿Cómo explicarle que luego de eso resucitará triunfante? Mejor callamos y guardamos como ella todos estos pensamientos en nuestro corazón. Besamos nuevamente en la frente a Jesús y se lo pasamos a María. Ella nos sonríe y vuelve a acunar al niño en sus brazos.

Vemos aproximarse a dos ancianos: Simeón y Ana. Se emocionan. Vienen directamente al encuentro de ellos. ¿Quién los guía? Ellos si saben quien es Jesús. Lo que el sacerdote ni se percató, ellos conducidos por algo especial se acercan a José y María, emocionados. Los vemos como conversan. Simeón toma al niño igual que lo hicimos nosotros. Vemos como unas lágrimas se deslizan por sus mejillas y como brilla su mirada. Como nosotros el también siente el gozo de sostener a Jesús en sus brazos. Pero él no se retiene y le profetiza a María que luego de su labor de salvación, una espada le atravesará el corazón. María queda muda y pálida. Su mirada refleja una pena gigante, la pena de una madre que presiente que su hijo sufrirá.

Salimos todos del templo, todos contentos, Simeón y Ana le contaban a quienes querían escucharle de quien era ese niño y las maravillas de su vida. Muchos se alegraban, la mayoría no les creía y los miraban con lástima. Esos viejos ya no saben lo que dicen. María seguía con su mirada perdida. Las palabras de Simeón seguían replicando en su alma. Nos ponemos cerca de ella para acompañarla, en silencio, solo estando con ella. Sin explicar ni aconsejar. No les dejaremos solos, seguiremos con ellos en su peregrinar. En el peregrinar de Jesús.

Volvemos a Belén con ellos y en el portal ya solos, conversamos con María y José, recordamos todas las emociones del día y dejamos que especialmente ella se desahogue y nos cuente lo que pasa por su corazón. Dejamos que María llore todo lo que tiene que llorar, dejamos que exprese todo lo que siente hasta que finalmente con su inmensa fe y esperanza en Dios, vuelve a estar en paz.

Reflexión personal

Recordando el texto de Lucas y la contemplación que acabamos de hacer, ¿Qué es lo que más nos llega al corazón?

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Recordando la expresión de María en cada paso de este ejercicio, cuando estaba en el rito de purificación, cuando volvió, cuando estaban bendiciendo al niño redimido, cuando nos permite tomar Jesús y cuando escucha a Simeón. ¿Qué podríamos decirle a María para acompañarla?

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Recordando cuando teníamos a Jesús en nuestros brazos ¿Qué nos nace decirle a ese niño? ¿Qué podemos ofrecerle de parte nuestra?

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¿Cómo proclamaríamos, similar a Simeón, lo que es para nosotros este niño que está siendo presentado en el templo?. Escribo ese texto para revisarlo después.

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¿Qué de lo que vivimos y sentimos en esta contemplación se aplica a nuestra vida actual?

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Coloquio
Atrevámonos a escribirle una carta a María muy personal y sentida de lo que vivimos con ella en este día, cuando Jesús cumple cuarenta días de vida. 

Examen de la oración

Para compartir grupal
En el grupo podríamos responder a las siguientes preguntas

1)¿Qué sentimientos aparecieron?

2) Comparto los momentos más relevantes de la contemplación

3) ¿Qué me ayudó más a desarrollar mi oración? … ¿qué fue un impedimento?