3-1 Bautismo

Comienza un nuevo peregrinar, según la voluntad del Padre

Contexto 

Al iniciar esta tercera sección del peregrinar de Jesús, recordemos que llegamos a este punto luego de contemplar treinta años de vida de Jesús, desde que nace en Belén, su exilio a Egipto y posteriormente su vida en Nazareth.

Fueron treinta años de preparación para iniciar su vida pública. ¿Qué pasó en este tiempo? … No hay registros directos y precisos de ello. Sin embargo, a partir de lo ocurrido después y también de las costumbres y tradiciones de esa época podemos imaginar como Jesús, en este período, fue forjando su pensamiento y su proyecto de vida. 

El proyecto de Jesús de Nazareth, verdadero hombre iba a confluir con el proyecto del Hijo de la Trinidad, que como contemplamos en el primer retiro decide redimir a la humanidad que sufre producto de apartarse de Dios, elevando su ego y la autosuficiencia. En un acto de infinito amor la divinidad decide encarnarse en Jesús para llevar a cabo la misión trinitaria de la redención, lo que nos llegará finalmente con el proyecto de Jesucristo resucitado, el Mesías, nuestro salvador.

Jesús de Nazareth nace y crece proyectando su vida hacia esa misión divina. Su humanidad se va forjando con ese sentido y es así como el joven nazareno va creciendo y madurando hasta llegar a esta preparado para su misión. Jesús llega a ser un hombre con características notables y que al contemplarlas nos invitan a seguirle, imitarle y amarle.

En su casa de Nazareth con sus padres aprendió a orar. Después le contemplaremos en intensas jornadas de oración y discernimiento. Pasaba largas horas en silencio experimentando una íntima relación con su Padre de los Cielos. 

Es que, de su desarrollo en la vida oculta, entendió que Dios es Padre, que somos creaturas hijos todos del mismo Padre y por lo tanto hermanos. Después nos enseñará a nosotros a tener una relación de hijos amados y nos enseñará el Padre Nuestro, la oración que hemos repetido tantas veces. Lo más probable que esa oración Jesús la haya cultivado desde su infancia – juventud.

La imagen de Dios Padre de Jesús aprendida en Nazaret fue que Él nos ama infinitamente. Él toma la iniciativa en esta relación de amor. Después nos va a invitar a corresponder a este amor, amándole nosotros y será ese su mandamiento. Amar a Dios con toda el alma y hacerlo concreto con el Dios que habita en cada uno de nuestros hermanos y hermanas.

El Padre infinitamente amoroso es por lo mimo eternamente misericordioso. María puede haberle hecho notar esta dimensión tan especial de nuestro Dios. Después nos enseñará a perdonar como coralario de amar. Quien ama intensamente no guarda rencores, perdona cada vez que alguien le provoca daño. Llegará al extremo de pedirle al Padre que perdone a quienes le estaba crucificando.

 Así llega Jesús a los treinta años. Con una experiencia de oración que lo conecta con un Padre Dios que ama y perdona, pero que además confía en cada uno de sus hijo y tiene la esperanza de que cada uno lleve a cabo su voluntad y tiene alguna misión para cada uno.  Para algo ha sido creada cada persona.

¿Tenía conciencia Jesús de la razón de su existencia? ¿Sabía cual era el fundamento de su vida? Es claro que Jesús debe haber orado mucho en Nazareth porque esa práctica después la lleva a cabo siempre. Por lo que este tema debe haber estado en sus conversaciones con el Padre. Es más que probable que Jesús tuviera claro que lo que la gente sufría, Dios Padre quería solucionarlo y que él estaba llamado a concretar ese anhelo de redención del Padre. El “qué” debe haber estado claro. Faltaba tener más precisión en el “cómo” lo llevaría a cabo. 

Y así había estado involucrado con las personas de su pueblo y alrededores, acuñando compasión por lo que sufrían, por sus carencias y las injusticias. Aparentemente su vida era insignificante, siendo un carpintero en un pueblito pequeño, un villorrio campesino, donde nunca había pasado algo extraordinario. Allí estaba él, pero en oración se estaba preparando, … esperando una señal. Ya llegará el momento de comenzar a trabajar en lo que daría sentido a su vida. En algún momento habrá una señal

Y esa señal llegó. … En el Jordán ha emergido un profeta. Hacía mucho tiempo que ya no circulaban profetas. Su nombre era Juan y era pariente suyo, hijo de la prima de su madre. Y Juan declaraba que él no era la luz, pero estaba allí para preparar el camino del Señor. 

Contemplemos a Jesús, en la forma como reacciona a la noticia de que Juan está bautizando en el desierto. Que hace, como parte a ese encuentro, …  como le cuenta a su mamá … y lo que ocurre allá en el Jordán. 

Llevemos también nuestra vida, nuestro proyecto de vida. Igual que Jesús, que nos motive el amor de Dios. Aproximémonos a este ejercicio con el convencimiento profundo de que Dios Padre nos ama y tiene un proyecto, un sueño para cada uno y todos nosotros y que su proyecto implica salvarnos del sufrimiento que nos provoca el apartarnos de Dios, o sea, el pecado. Nos aproximamos contemplando al salvador que peregrinará entre nosotros para indicarnos la forma de llevar a cabo esa redención. El tomará nuestro pecado para redimirlo, perdonarlo.

Oración Inicial.

Señor, en respuesta a tu infinito amor, te ofrezco este momento de oración. Que todo lo que reflexione, decida y planifique, esté solamente
orientado a unirme a Ti y a vivir contigo, amando, perdonando y sirviendo en tu nombre. Que así sea. 

Gracia a pedir

Sentir profundamente que Dios me ama, que confía en mí y tiene un proyecto acorde a su voluntad que orientará mi vida y mis decisiones.

Texto.  (Mateo 3,13-17)

Entonces Jesús fue desde Galilea hasta el Jordán y se presentó a Juan para ser bautizado por él.

Juan se resistía, diciéndole: 'Soy yo el que tiene necesidad de ser bautizado por ti, ¡y eres tú el que viene a mi encuentro! Pero Jesús le respondió: 'Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos todo lo que es justo'. Y Juan se lo permitió.

Apenas fue bautizado, Jesús salió del agua. En ese momento se abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios descender como una paloma y dirigirse hacia él.  Y se oyó una voz del cielo que decía: 'Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección'.


Puntos. EE:   [273]

Centraremos nuestra contemplación en estos tres puntos de los Ejercicios Espirituales sugeridos por San Ignacio de Loyola:

Primero: Cristo nuestro Señor, después de haberse despedido de su bendita Madre, fue desde Nazaret al río Jordán, donde estaba Juan Bautista.

Segundo: San Juan bautizó a Cristo nuestro Señor; cuando se excusaba por considerarse indigno de bautizarlo, dícele Cristo: “Haz esto ahora, porque así es menester que cumplamos toda justicia.”

Tercero: “Vino el Espíritu Santo, y la voz del Padre desde el cielo, afirmando: Este es mi hijo amado, del que estoy muy satisfecho.”


Contemplación. Despedida de Nazareth. 

Volvemos a usar nuestra imaginación y hacernos presente en esa humilde casa de Nazareth contemplando a María y Jesús en su cotidianidad. Hace tiempo que Jesús está más callado, pensando, meditando. Sus tiempos de oración los ha extendido y se nota preocupado, dándole vuelta a algo. 

Contemplamos a María que se da perfectamente cuenta del cambio en la actitud de Jesús, pero guarda silencio, no interviene es muy respetuosa de la vida interior de Jesús. No está descrito en los textos, pero podemos imaginarnos que un día, se atreve a preguntarle “hijo, ¿ocurre algo? … Te noto distinto, incluso diría triste … ¿qué pasa?” … Observemos imaginando que Jesús, levanta la vista, y envuelve a María con la dulzura de su mirada y le dice “Ay mamá, hace tiempo que he estado orando sobre el sentido de mi vida, … para que nací, … cual es el objetivo de mi existencia … y claramente trasciende lo que estoy haciendo desde la carpintería … tu misma me has enseñado que es necesario que la gente cambie sus prioridades, reconozca sus errores, pida perdón y perdone a los otros … Creo, mamá, que la voluntad del Padre Dios es que comencemos ese cambio … pero no sé cómo llevarlo a cabo”.

María le responde. “Tienes razón Jesús, pero ten paciencia, ya sabrás como hacerlo” Por cierto que ella recordaba en esos momentos el mensaje del ángel, que el niño debía llamarse Jesús que significa salvador. Pero para dilatar le agrega: “Paciencia, ya recibirás una señal. Con José recibimos varias señales indicando que hacer cuando tu eras pequeñito. “Tranquilo y atento, Jesús.

No imaginó que la respuesta sería inmediata. “Creo que esa señal llegó, mamá. Juan se ha instalado en el desierto y está bautizando. Muchos acuden y los sumerge en el agua para que con ello se limpien de sus pecados. Creo que debo ir donde Juan. Por allí puede aclararse la forma de redimir y que todos puedan darle sentido a su vida. Juan lo hace con el agua del Jordán. Ese puede ser el comienzo. Luego tiene que ser algo que quede grabado a fuego en cada uno.”

María palideció. Tenía temor de perder a Jesús. Ya le pasó a los doce años. Ahora tiene treinta, no puede impedirlo. Miedo y dolor. ¿Será el comienzo de recibir la espada que profetizó Simeón?

Vemos a Jesús un par de días después emprender el camino. El abrazo de despedida en la puerta de la casa fue largo. La besó en la frente. María silente. No habían palabras para expresar su sentir. Este podía ser el doloroso segundo parto. Jesús terminaba su vida oculta y comenzaba otra vida que lo llevaría al profundo sentido de su existencia. María sabía que en algún momento ocurriría esto, pero siempre confiaba en que se postergara un poco más.

Contemplemos a Jesús, caminando por la calle de Nazareth con paso tranquilo y decidido y María en la puerta de la casa con la mirada larga. Esperando que Jesús se volviera y no partiera. Pero no. Siguió su camino hasta que ya no se divisaba y María cerró la puerta y se sentó en un rincón de la casa y lloró. Lloró hasta desahogar su corazón de madre que presiente que algo puede ocurrirle a su hijo a partir de ahora. Claro, nunca imaginó su mente los momentos angustiosos de la pasión, la cruz y menos que el final sería glorioso con Jesús resucitado. Ahora solo sentía soledad e incertidumbre.

En medio de su amargura recordó lo que hacía con José cuando estaban en problemas. Se encontraban con el Padre Dios, oraban. Cuando ya se había desahogado, respiró hondo varias veces. Comenzó a sentirse más relajada. Cerró los ojos y se quedó solo percibiendo la presencia de Dios, sin discursos, sin pedir explicaciones, sin pedir nada, pero esperándolo todo. Y lentamente, le fue llegando una paz y un consuelo. El Padre Dios amaba a Jesús entrañablemente. Con esa relación divina, siempre estaría protegido. Estuvo así en silencio con sus ojos cerrados largo rato. Ya estaba tranquila, se recostó y durmió hasta el día siguiente.

Jesús caminó solo por un tramo hacia el oriente de Nazareth, para luego seguir la ruta al sur. Por el camino se fue encontrando con otros que acudían también al Jordán y siguieron el camino juntos. Juan se ubicaba en el Jordán al oriente de Jerusalén, cerca de Jericó, donde hoy es Jordania un poco más al norte del mar muerto. El trayecto tomaba poco más de 30 horas, por lo que debió hacerlo en unos tres días.

De esta forma comenzaba el peregrinar de Jesús ahora ya fuera de su casa en Nazareth.

Reflexión personal. Despedida de Nazareth.

Jesús antes de partir tenía dos cosas claras: Una era que el Padre Dios le amaba infinitamente. Lo había sentido en su oración. 

Lo otro que Jesús había decantado era el sentido de su vida. Su existencia estaba orientada a ser el salvador que debía comunicar una buena noticia al pueblo. Lo que le faltaba preciar era el cómo se llevaría a cabo esa misión

Cuando Jesús abandona Nazareth concluye una etapa de preparación de su vida para iniciar su vida pública.

Coloquio. Despedida de Nazareth.

Hago un coloquio con María o con Jesús comentándole lo que siento al haber sido testigo de este momento tan trascendental en la vida de Jesús.

Contemplación. Juan Bautiza a Jesús

Contemplamos a Jesús llegando al lugar donde estaba Juan bautizando. Hay mucha gente. Gente sencilla, gente humilde. Allí están los que no son importante. Los que se reconocen frágiles. No están los poderosos, ellos no necesitan bautizarse, no necesitan inclinarse ante el bautista. Tampoco tienen tiempo para ir. Pero hay un gentío enorme. Hay hambre y sed de perdón, de misericordia y Juan anuncia que esa agua les limpiará. Hacen filas para acercarse al bautista. 

El entorno es muy árido en los cerros cercanos. Allí es desierto. En la ribera del río hay una vegetación de malezas y algunas palmeras crecen por allí. Hace calor. El río no es precisamente cristalino, arrastra mucho sedimento luego de un largo trayecto desde la galilea. Incluso huele mal. Tanta gente allí no lo hace muy atractivo. 

Con el agua hasta las rodillas contemplamos a Juan vestido con piel de camello y un cinto de cuero. Era alto y corpulento, barba y pelo largo. Su voz era ronca y fuerte. Su prédica era una amenaza. Su mensaje daba miedo. Vemos a Jesús contemplar a la muchedumbre. Vienen a limpiarse de sus pecados. Lo contemplamos como se sienta a reflexionar por un largo rato. ¿Por qué estoy acá? … ¿Necesito bautizarme? … ¿Necesito limpiarme? … Vuelve a pensar en el objetivo de su vida y la voluntad del Padre … Se trata de que toda creatura se limpie de sus pecados. ¿Cómo ser consecuente con aquello?

Luego de un rato de reflexión y oración, se convence que, si ha estado treinta años viviendo igual que todos, con todas las fragilidades y penurias, no puede ahora ser distinto a todos. Más que eso, si su misión es liberar del yugo del pecado, él debe tomar el pecado de todos y también sumergirse en el río para luego emerger limpio. Unos años después volverá a tomar el pecado de todos y se sumergirá en las tinieblas de la muerte para luego emerger resucitado abriendo el camino de la eternidad para todos.

Nos ponemos en la fila, detrás de Jesús y avanzamos con paciencia que nos toque nuestro turno.  … Llegamos ya cerca del bautista. Su voz retumba en nuestros oídos. Cuando le toca a Jesús, algo le dice que no alcanzamos a escuchar. Ya no grita, sino que conversa con Jesús en un susurro.  “¿Vienes a que te bautice? … ¡Soy yo el que debería ser bautizado por ti! … Jesús le pide que no lo diga fuerte para que otros no escuchen. Alguno más atrás se impacienta y reclama porque Juan le ha dedicado mucho a tiempo a Jesús en su conversación.

Finalmente le escuchamos a Jesús argumentarle que proceda, que debe ser así, aunque no le parezca, porque es la voluntad del Padre y eso no se discute. Tiempo después le escucharemos un argumento similar en Getsemaní, aceptando seguir la voluntad del Padre en contra de su propia voluntad.

Eso convence a Juan que lo toma de los hombros y lo sumerge en las aguas del Jordán para luego levantarlo y despedirse de él. … Luego nos toca a nosotros. Nos pregunta nuestro nombre y de donde venimos. Luego de identificarnos, nos pregunta si queremos ser bautizados para quedar limpio de nuestros pecados. Contestamos afirmativamente, y, al igual que con Jesús nos empuja con fuerza hacia abajo hasta sumergirnos completamente y luego de unos instantes que parecieron eternos, nos levanta y nos despide. Hemos sido bautizados por Juan. Nos sumergió en esa agua corriente. Allí se hundió nuestro ego, allí se hundieron nuestros egoísmos, nuestra vanidad, nuestra infidelidad, nuestros rencores. Emergemos distintos, personas nuevas, dispuestas a iniciar una nueva vida en que Dios será más importante que nosotros mismos, en que el amor, el perdón y el servicio nos iluminarán para construir una sociedad más justa, inclusiva y solidaria. Completamente mojados seguimos detrás de Jesús que va igual que nosotros.

Reflexión personal. Juan Bautiza a Jesús.

El bautismo de inmersión tiene por objeto limpiar de los pecados. El agua del río representa la misericordia de Dios. Repaso mi vida cercana y lejana

Dios es infinitamente misericordioso y me ama infinitamente y me perdona. El agua del Jordán me limpia de pecado. Mi arrepentimiento es como el agua del Jordán y reflejan el perdón divino. Me quedo un rato en silencio sintiendo el perdón de Dios. Ahora estoy limpio y puedo presentarme ante Dios, ante la Trinidad en forma digna. Sin pecado. La misericordia de Dios, mi arrepentimiento, las formas de reparación del daño causado y mi propósito de no volver a pecar me revisten del traje apropiado para estar con el Señor. 

Me quedo un rato en silencio luego de sentir su perdón y anoto en mi cuaderno de ejercicios lo que siento en estos momentos.

Coloquio. Juan Bautiza a Jesús.

Hago un coloquio con Jesús. Le cuento sobre mi experiencia de sentir el perdón de Dios, de mi determinación de no reincidir y de las formas posibles de reparación y de pedir perdón a quienes corresponda.

Contemplación. La voz del Padre

En el punto anterior estábamos recién saliendo de la experiencia de inmersión, completamente mojados, nos acercamos a Jesús … está de pie con la vista perdida en el cielo … su rostro con un gesto mezcla de paz, alegría y agradecimiento … nos quedamos un rato en silencio, sin interrumpir … está orando, por cierto … es su estilo de orar … en silencio … poniendo todos los sentidos en alerta, percibiendo su entorno, sin intervenir

Le imitamos … nos quedamos también en silencio … sin pensar … sin pedir … sin planificar … solo estando … saboreando lo que acaba de ocurrir …

En ese estado orante en que acompañamos a Jesús ocurre lo que relatan los evangelistas … sentimos un rumor en el aire, el sonido del viento, de la briza suave, de las hojas de los árboles cuando rosan entre sí … el sonido del aletear de un ave … como cuando una paloma desciende suavemente. El mismo sonido producido por el Espíritu cuando “aleteaba sobre las aguas” en el comienzo de la creación. 

Nosotros sabemos que Jesús es el Hijo de la Trinidad. Y está allí, de pie, con sus brazos extendidos cayendo libremente a cada lado de su cuerpo y las palmas de sus manos expuestas hacia adelante. Con los ojos cerrados se deja acariciar por esa presencia del Espíritu que lo rodea y lo habita todo. Le imitamos, nos quedamos junto a él percibiendo esa presencia.

De pronto ocurre lo inesperado, puede haber sido un trueno, se sintió un ruido amplio, solemne, como anunciando que algo importante ocurriría. Es allí donde llega a nuestra alma esas palabras que los evangelistas atribuyen a la declaración formal del Padre Dios: “Este es mi hijo amado, en quien tengo puesta toda mi confianza”. Se refiere a Jesús, quien ha abierto  sus ojos y con su mirada abarca el infinito. Sonríe levemente. Está sintiendo la confirmación, la señal que buscaba. Se confirman los dos temas que venía acunando en su alma. Dios Padre le ama infinitamente como solo sabe amar Dios. Y además tiene un proyecto para El. Dios Padre confía en que lo desarrollará para llevar a cabo su voluntad.

Nos quedamos un rato contemplando esta escena: El Padre declarando su  amor y su confianza. El Hijo recibiendo con gusto esa relación amorosa y dispuesto a llevar a cabo su voluntad. Y el Espíritu Santo que lo rodea todo provocando el encuentro, suscitando en Jesús cual ha de ser le voluntad del Padre.  Quedémonos un tiempo contemplando a la Trinidad en pleno: El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Reflexión personal. La voz del Padre.

En la contemplación escuchamos la voz del Padre que se dirige a Jesús. Imaginemos ahora, que Dios se dirige a nosotros personalmente, pronuncia nuestro nombre y nos dice: 

“ _______,  tu eres también mi hijo(a) muy amado(a)”  …

A Jesús, además le confirma su misión. Imaginemos que ahora a nosotros también nos dice personalmente, anteponiendo nuestro nombre:

__________, no lo dudes eres mi predilecto(a), en ti confío. Adelante, lleva acabo en tu vida mi voluntad contigo

Coloquio. La voz del Padre.

Me dirijo con mucho amor y respeto al Padre Dios y le comento lo que siento al tomar conciencia de su amor infinito hacia mí. Lo que siento ante su confianza predilecta en lo que yo pueda hacer y mis anhelos de conocer con más detalle su plan en mi vida

Examen de la oración

Para compartir grupal
En el grupo podríamos responder a las siguientes preguntas