3-8 Expulsa Mercaderes

La relación con Dios no es un negocio

Contexto 

Ya Jesús ha iniciado su peregrinar con el grupo de apóstoles. Todos enviados a comunicar el Reino de Dios, donde el centro es el amor, la solidaridad, el ocuparse del bien de los otros. Se trata de dar sin esperar nada a cambio. Es el Reino donde el amor fraterno sobrepasa los intereses personales.

Con este mensaje empiezan a caminar por Galilea y luego por Judea. Nada más contrario a lo que se encuentra en el Templo, cerca de la Pascua judía. La religión incluía ofrendas que debían adquirirse en moneda propia de la Iglesia. Y allí en la Casa de Dios, se transaban cambistas para convertir el dinero, vendedores de animales que servirán para las ofrendas, desde costosos bueyes y ovejas hasta humildes palomas. Detrás de todas estas transacciones comerciales unos pocos se enriquecían con los márgenes establecidos y todo el pueblo creyente debía hacer esfuerzos para cumplir con la ley religiosa de las ceremonias pascuales.

La religión, destinada al reencuentro (re ligar) de Dios con la creación, estaba usando la fe y la obediencia del pueblo de Dios para enriquecer a unos pocos. Estaban profanando el Templo, la Casa de Dios, donde Él habita. 

Veremos en este ejercicio la indignación de Jesús y como reacciona con severidad para impedir que se continuara con esta inconsecuencia espiritual. Las relaciones del Reino de Dios, son gratuitas, compasivas y solidarias. Nada más contrario a lo que se estaba practicando allí en las fiestas pascuales. Veremos cómo además plantea el mensaje de que el Templo no es el centro, sino que quien habita en el Templo: Dios. 

Tratará de hacerles ver que su cuerpo es Templo, donde Dios habita. Esto más adelante en su explicación de la existencia divina será más dramático, cuando nos invita a ser uno con Él, A partir de esa convicción de fe, nosotros, nuestro cuerpo, también pasa a ser Templo. Y más relevante aún:  en nuestro interior y en el de cada uno de nosotros y nosotras habita el Espíritu Santo de Dios.

Acompañemos al peregrino en esta experiencia en que lo veremos en una actitud firme ante la inconsecuencia y el aprovechamiento de la fe de muchos en beneficio de unos pocos, lo que nos desafía a verificar como algo similar pueda ocurrir con nosotros en la actualidad que impulse a Jesús a volver a hacer un látigo para expulsar a los mercaderes que contradicen su evangelio.

Oración Inicial.

Señor, en respuesta a tu infinito amor, te ofrezco este momento de oración. Que todo lo que reflexione, decida y planifique, esté solamente
orientado a unirme a Ti y a vivir contigo, amando, perdonando y sirviendo en tu nombre. Que así sea. 

Gracia a pedir

Pedimos la gracia de sentir el amor gratuito de Dios hacia nosotros y el nuestro igual, gratuito hacia Él y hacia nuestros hermanos y hermanas. No se negocia, no se transa, se da y recibe sin nada a cambio.

Textos.  (Juan 2,13-22)

Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas.

Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas y dijo a los vendedores de palomas: 'Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio'.

Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: El celo por tu Casa me consumirá.

Entonces los judíos le preguntaron: '¿Qué signo nos das para obrar así?.

Jesús les respondió: 'Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar'.

Los judíos le dijeron: 'Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?

Pero él se refería al templo de su cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.

Puntos. EE:   [277]

Centraremos nuestra contemplación en estos tres puntos de los Ejercicios Espirituales sugeridos por San Ignacio de Loyola:

Primero: Echó fuera del templo a todos los que vendían, con un azote hecho de cuerdas.

Segundo: Volcó las mesas y dineros de los banqueros ricos que estaban en el templo.

Tercero: A los pobres que vendían palomas dijo mansamente: “Quitad esto de aquí. No hagáis de mi Casa una casa de mercado.”

Contemplación. 

 Vamos con la imaginación al templo en Jerusalén. Al entrar nos encontramos con una amplia explanada, denominada “patio de los gentiles” donde puede ingresar cualquier persona. Se escuchan distintas lenguas y hay una variedad grande de razas que acuden por curiosidad y por razones religiosas. En algunos rincones, vemos sentados en las gradas de escalinatas a maestros enseñando temas teológicos. Dominan en este espacio puestos de cambistas que transan las distintas monedas de los visitantes por las monedas oficiales del templo y otros que venden ovejas y corderos para ser presentadas como ofrendas.

El ambiente es similar al de un mercado donde los oferentes tratan de convencer a los clientes de adquirir la mercancía que venden. Al pasar más al interior hay otro patio, al que hasta aquí pueden llegar las mujeres y más adentro un espacio para los judíos. 

Finalmente, hay un lugar donde solo pueden entrar los sacerdotes, denominado “el santo” que es antesala de otro donde solo ingresa el sumo sacerdote una vez al año.

Todo es muy grande e imponente en el templo

Contemplando el patio de los gentiles vemos ingresar a Jesús con un grupo de sus discípulos. Se detiene en la mitad del patio y observa a su alrededor la frenética actividad comercial que se desarrollaba. Su rostro comienza a endurecerse y en su mirada se nota el profundo disgusto que le provoca de que en el lugar donde se identifica como la casa del Padre Dios, no estuviera reinando el amor y el perdón gratuito, sino que reinara la atmósfera de la transacción interesada de mercadería desde monedas hasta ofrendas.

Era incomprensible como el centro del mensaje que el Padre le pedía divulgase, allí en un lugar supuestamente sagrado, estuviera ausente y reinase lo opuesto. No había gratuidad, no había fraternidad. Había segregación y acceso diferenciado según raza, género, posición social y riquezas. 

Lo vemos pasearse entre las mesas, moviendo la cabeza, no pudiendo creer y no aceptando ese escenario. Sus discípulos van junto a él, también choqueados por la situación, pero probablemente no llegaban al punto que había alcanzado Jesús.

Hasta que no aguantó más.  Lo vemos tomar unas cuerdas, trenzarlas hasta construir con ellas un látigo. 

Comienza a recorrer los pasillos de los comerciantes, indignado. Les pide a gritos que paren de profanar el templo con su actitud tan lejana a la esencia del Padre Dios. Y pasa de las palabras a la acción directa. Con el látigo construido, vuelca las mesas. Las monedas se desparraman por el suelo. Las jaulas de las palomas se rompen al caer y estas aves se ven liberadas y revolotean, las ovejas asustadas balan entrecortadamente. Todo es caos. Se escucha la voz airada de Jesús que ya no tan solo impreca a quienes estaban allí, sino que grita con fuerza que abandonen el recinto, que han transformado un lugar destinado a la oración en una cueva de ladrones.

Nosotros observamos de lejos, manteniendo una distancia, igual que los discípulos. Nunca Jesús había estado tan indignado. Siempre ha sido sereno, tranquilo, aunque fuerte en sus discursos, pero nunca tan indignado.

Para Jesús la relación con Dios es gratuita, no se transa como mercancía. En el templo debe respirarse gratuidad, no comercio.

Quedémonos unos momentos reflexionando en silencio sobre esto. El amor de Dios es gratis, no necesitamos comprarlo y el nuestro hacia Él y hacia nuestros hermanos(as) igual, lo damos sin esperar respuesta, gratuitamente.

Alguien le increpa preguntándole por signos para actuar así. Jesús les responde con algo que no entendieron en ese momento. “Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar”. Tampoco sus discípulos pueden todavía comprender a qué se refería Jesús. Cuando Jesús resucita al tercer día comprendieron que Jesús identificaba el templo con su cuerpo. EL templo es el lugar sagrado donde habita Dios. Luego proclamará que El y el Padre son uno y que del mismo modo, el y nosotros somos uno. Dios habita en nosotros, por lo que también podemos referirnos a nuestro cuerpo como templo donde habita el santísimo.

Quedémonos unos minutos en silencio reflexionando sobre eso. Dios habita en nosotros somos templo de Dios. 

Siguiendo los puntos de Ignacio, vemos que el actuar de Jesús es diferente con los cambistas que se hacen más ricos con el intercambio de divisas. Con ellos es muy duro, son ricos y aumentan sus riquezas aprovechándose de la necesidad religiosa de los peregrinos. Con los pobres que venden palomas para poder subsistir, también les expulsa, pero con mayor mansedumbre: “Saquen esto de aquí, no conviertan mi casa en un mercado”. 

Nos quedamos un rato en silencio meditando como Jesús a ambos les reprende por lo que están haciendo, pero comprende que son distintas las motivaciones: unos para enriquecerse más, otros para subsistir.

Reflexión personal.

Traigamos a nuestra vida lo contemplado … ¿Cuándo hemos caído en lo que no acepta Jesús, en que nuestra relación con Dios se distorsiona en un “te doy, si tú me das”? … ¿qué le hemos pedido para nosotros a cambio de nuestra oración?  … Recordemos aquellas “mandas” en que nos hemos comprometido a rezar a cambio de un favor.  … A muchos nos puede haber pasado. … En su lugar reflexionemos que Dios nos provee gratuitamente, no se necesita una moneda de cambio.

Contemplando este pasaje … ¿No nos parece reconocer situaciones actuales, en que fiestas religiosas están teñidas de un entorno de comercio de lo más variado? … ¿Lo hemos vivido? … ¿Cuándo? … ¿dónde? … ¿Qué diría, qué haría Jesús allí?

Reflexionemos sobre que Dios habita en nuestro cuerpo, somos templo del Espíritu Santo. ¿Cómo cuidamos este templo? … ¿Cuánto tiempo le dedicamos a que esté saludable? … ¿Cuánto tiempo dedicamos al descanso, al sueño? … ¿Exigimos nuestra humanidad más allá de lo razonable? … ¿Los alimentos y bebidas que consumimos son saludables? … ¿qué cambio podríamos hacer para cuidar mejor este templo divino? …

Y el templo que son nuestros hermanos y hermanas … ¿cómo les cuidamos? … ¿Cómo respetamos su cuerpo como templo de Dios que habita allí? … ¿Cuándo nos puede haber ocurrido que profanamos esos templos, con acciones, gestos o desprecios? … 

 …

Observemos nuestra sociedad … ¿No está impregnada de negocio mercantil? … Todo se compra, se vende, se transa. El mensaje gratuito de Jesús ¿no es tildado de ingenuo en nuestro tiempo? … ¿Qué actitud tomamos? … ¿seguimos a la masa o a Jesús? … ¿Cómo? … 

Para terminar, hacemos un momento de oración para enmendar lo que sea necesario, de modo que cuando llegue Jesús no tenga que trenzar un látigo para interrumpir que nuestra relación con Dios siga siendo un comercio, sin gratuidad.


Coloquio. 

Me dirijo a Jesús, invocando su infinito amor y misericordia y pidiendo  sus ayuda para sentir el amor gratuito de Dios hacia nosotros, poder devolverlo, igualmente gratuito hacia Él y hacia nuestros hermanos y hermanas. Que en nuestra vida el amor no se negocie, no se transe, se entregue y se reciba sin nada a cambio.

Examen de la oración

Para compartir grupal
En el grupo podríamos responder a las siguientes preguntas