"Tu fe te ha salvado, vete en paz"
Contexto
Hemos venido siguiendo al peregrino en su caminar que comenzó en el Jordán cuando escuchó la voz del Padre que manifestaba su amor y confianza en él. Lo seguimos en el desierto discerniendo la voluntad de Dios, luego reclutando a una comunidad de apóstoles, a quienes instruyó. Lo contemplamos haciendo milagros en Caná, calmando la tormenta, expulsando a los mercaderes del templo y ese tremendo discurso en el monte.
Su fama comienza a extenderse y son muchos los que lo siguen por diferentes razones. Algunos interesados en ser curados, otros maravillados por el proyecto de vida que ofrece, otros por simpe curiosidad ante las maravillas que dicen que hace.
Con el evangelista Lucas lo contemplaremos ahora en un pasaje en el que nos transmite la actitud que debemos tener ante Dios, independientemente de nuestra historia de vida y lo que será la acción misericordiosa del Señor.
Lucas no explicita el lugar ni la identidad de la mujer, pero podemos asumir que ocurrió en algún pueblo de la región de Galilea que Jesús recorrió enseñando su mensaje. La tradición ha asociado a esta mujer con María de Magdala, la magdalena. De hecho, los puntos de Ignacio la identifican directamente con ella. Para nuestros propósitos, se trata de una persona pecadora que ve en Jesús y en sus enseñanzas, algo que nunca había percibido antes en su vida.
El fariseo, también es el prototipo de alguien con poder y dinero para invitar a cenar según la tradición de la época en que esas invitaciones eran a puertas abiertas y podía ingresar cualquiera aparte del invitado oficial.
Contemplaremos la actitud de la mujer y del fariseo y nos abriremos a como también nosotros aprendemos de lo que Jesús enseñó con este pasaje del Evangelio. Son los dos extremos: por un lado quien se siente puro y es crítico de los demás incluso poniendo en duda el profetismo de Jesús y no atendiéndole como debiera al llegar.
Por otro lado, está la mujer que se reconoce pecadora, pero que ama profundamente a Jesús y actúa consecuentemente ungiéndolo, reconociendo en él a un Dios que ama y perdona infinitamente.
Jesús es el centro del diálogo enseñándole al fariseo la auténtica ley del amor y perdonando a la mujer pecadora y enviándola a vivir en paz.
Jesús ante dos personajes, dos carismas, dos realidades que nos impulsan a vivir en plenitud de acuerdo con la voluntad del Padre Dios.
Oración Inicial.
Señor, en respuesta a tu infinito amor, te ofrezco este momento de oración. Que todo lo que reflexione, decida y planifique, esté solamente
orientado a unirme a Ti y a vivir contigo, amando, perdonando y sirviendo en tu nombre. Que así sea.
Gracia a pedir
Pedimos la gracia de sentirnos pecadores perdonados, seguidores de Jesús que trae a nuestras vidas la misericordia divina para vivir felices y en paz, amando y perdonando..
Textos.
Lucas 7,36-50
Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús entró en la casa y se sentó a la mesa.
Entonces una mujer pecadora que vivía en la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de perfume. Y colocándose detrás de él, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume.
Al ver esto, el fariseo que lo había invitado pensó: 'Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo toca y lo que ella es: ¡una pecadora!.
Pero Jesús le dijo: 'Simón, tengo algo que decirte'. 'Di, Maestro!', respondió él.
'Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios, el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál de los dos lo amará más?.
Simón contestó: 'Pienso que aquel a quien perdonó más'. Jesús le dijo: 'Has juzgado bien'.
Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: '¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entré, no cesó de besar mis pies. Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies. Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados porque ha demostrado mucho amor. Pero aquel a quien se le perdona poco, demuestra poco amor'.
Después dijo a la mujer: 'Tus pecados te son perdonados'. Los invitados pensaron: '¿Quién es este hombre, que llega hasta perdonar los pecados? Pero Jesús dijo a la mujer: 'Tu fe te ha salvado, vete en paz'.
Puntos. EE: [282]
Centraremos nuestra contemplación en estos tres puntos de los Ejercicios Espirituales sugeridos por San Ignacio de Loyola:
Primero: Entra la Magdalena adonde está Cristo nuestro Señor sentado a la casa del fariseo; y traía un vaso de alabastro lleno de ungüento.
Segundo: Estando detrás del Señor, cerca de sus pies con lágrimas los comenzó a regar, y con los cabellos de su cabeza los enjugaba, los besaba, y con ungüento los ungía
Tercero: Como el fariseo acusase a la Magdalena, Cristo habla en defensa de ella, diciendo: “Se le perdonan muchos pecados porque ha amado mucho”; y dijo a la mujer: “Tu fe te ha salvado, vete en paz.”
Contemplación.
Con la imaginación nos trasladamos a una casa acomodada de un pueblo de la región de Galilea. Es la casa de Simón, un fariseo importante del lugar. Tiene el dinero suficiente para hacer una invitación abierta a cenar y el poder de pertenecer dentro de la Iglesia de la época a la cúpula del fariseísmo que dicta una gran cantidad de normas de vida y vela por que se cumplan
La casa es grande, está iluminada con lámparas de aceite y múltiples velas. Un amplio comedor con sofás y divanes alrededor de una mesa baja donde estaban disponibles los alimentos que el dueño de casa ofrecía sus invitados. El comedor tiene acceso amplio hacia un patio interior y los comensales están reclinados en los sofás sobre un costado y con la otra mano comen de los platos que circulan con varios tipos de panes, frutas, platos preparados con pescado y carne junto con copas de vino.
Los temas de conversación son variados, se escucha hablar de filosofía, religión y política entre los invitados, porque típicamente el anfitrión se encarga de elegir a rabinos y personas sabias para que compartan su sabiduría. Mientras más importante es el invitado, más completo es el ritual de recepción que incluye un lavado de pies efectuado por algún sirviente en señal de bienvenida y se le unge con aceite en señal de respeto.
El fariseo Simón debe haber considerado la fama de Jesús como maestro y profeta, pero mayormente hay en él una curiosidad de verificar que lo que enseña Jesús no contradiga la ley y la normativa vigente.
Vemos llegar a Jesús discretamente y toma asiento en uno de los sofás. No se acerca sirviente alguno a lavarle los pies ni lo ungen con aceite. Simplemente entra y se sienta, lo que no es extraño, pues estas invitaciones son a puertas abiertas y cualquiera podía entrar. Pero Jesús claramente no es uno más, porque fue invitado especialmente por Simón.
Vemos luego que entra una mujer, que siendo hermosa, vestía y se maquillaba denotando su oficio de prostituta, por lo cual era conocida por todos en el pueblo.
Ella, tan pronto entra, se dirige directamente a donde estaba Jesús y se arroja a sus pies irrumpiendo en llanto. Su amor por Jesús es evidente y su pena por arrastrar con una vida que le avergüenza ante el Maestro le hace llorar intensamente, tanto que con sus lágrimas lava los pies de Jesús. La contemplamos, sentimos su llanto arrepentido de la vida y sus experiencias de vida. Pasan por su mente las incongruencias de su actuar con lo que le ha escuchado y le ha entusiasmado de Jesús.
Vemos como en un acto que escandaliza, se saca el pañuelo de su cabeza, dejando libre una hermosa y larga cabellera de pelo negro y brillante, el que usa como toalla para secar los pies, mojados por las abundantes lágrimas.
Luego de un bolsillo extrae un frasco, no de aceite, sino de un fragante perfume que, al esparcirlo en la piel de Jesús, impregna todo el ambiente.
Se escucha un murmullo de reproche en ese comedor. Mezcla de escándalo e incredulidad de que estuviera ocurriendo aquello.
Jesús, adivinando que Simón ponía en duda su capacidad profética si no era capaz de reconocer que esa mujer era una pecadora indigna de ser recibida y aceptada, que merecía el repudio y el rechazo por su vida pecadora y alejada de Dios, se pone de pie, le llama y le cuenta la historia del prestamista que perdona quinientos denarios a uno y a otro le perdona cincuenta denarios. Es obvio que el que debía más le ama más, porque le perdonó más.
Y allí enlaza con su arribo a la casa. A la mujer no le correspondía efectuar el ritual de recibimiento, pero demostró mucho más amor y respeto que el fariseo con su actitud de lavarle los pies con sus lágrimas, secarlos con sus cabellos y ungirlo con perfume.
La vida de la mujer pecadora que reconoce su falta y la vida del fariseo que siente una vanidosa superioridad quedan allí frente a frente.
Y Jesús se pone del lado de la pecadora. Reprocha la actitud de Simón y alaba la de esa mujer que sintió arrepentimiento por su vida apartada de la voluntad de Dios, pero que con su actitud demuestra que el amor que siente es mayor que su pecado. Y por ese amor tan grande se merece el perdón más grande
Luego se da vuelta, pone la palma de su mano sobre la cabeza de la mujer y le dice con amor que puede irse en paz, que la salvación ha llegado a su vida por su fe. Por su amor ha sido perdonada.
Contemplamos su expresión. Con una mano seca sus lágrimas, le brilla la mirada y estalla en una mezcla de risa y llanto propio de la emoción, de la felicidad de sentirse liberada de la carga de un pasado que a partir de ahora ha quedado limpio. Se pone de pie, le da un beso en la mejilla a Jesús y sale corriendo, llena de alegría a comenzar una nueva vida, perdonada por quien más ama: Jesús.
Al mismo tiempo contemplamos al fariseo Simón, pensativo, triste, tratando de encontrarle sentido a lo que acaba de presenciar. Jesús le reprocha su pequeña falta de cortesía al llegar y perdona toda una vida de pecado de esa mujer. No le cuadra, nadie puede perdonar, solo Dios puede perdonar y ese hombre es solo un profeta, un rabino, pero no Dios, reflexiona equivocadamente.
Y se queda enredado en sus divagaciones, en sus justificaciones. El perdón también puede incluirle, pero le falta amor, le falta corazón para sentir el perdón divino y se queda enredado en sus raciocinios mentales que le llenan de tristeza y amargura.
¿Y nosotros? … ¿con quién nos identificamos más?
Reflexión personal.
Al contemplar a la mujer pecadora y al fariseo pueden haber pasado por nuestro corazón y mente distintas situaciones o experiencia de vida personal que nos llevan a sentirnos interpretado en parte por ellos.
Recordemos cuando hemos vivido situaciones similares a la del fariseo Simón en que creemos que nuestra actuar ha sido el correcto, el legal, el que acata las normas y que otras personas son condenables porque su vida está llena de situaciones pecaminosas y que no merecen que nosotros las cobijemos.
¿Cuándo hemos creído que hay que estar lejos de la gente pecadora?, ¿Cuándo hemos cruzamos la calle para no pasar cerca de esas personas? A veces, solo su aspecto nos lleva a evitarlas, ignorarlas o repudiarlas. ¿Cuántas veces hemos sentido vergüenza de que puedan vernos involucrados con ellos o ellas?
Recordemos aquellos momentos en que somos como Simón. Pidamos perdón por nuestras incongruencias y por nuestra falta de caridad y misericordia. Conversemos con Jesús para que nos perdone también a nosotros asís como lo hizo con la pecadora.
….
Pongámonos ahora en el lugar de esa mujer, reconociendo nuestros momentos vergonzosos en que hemos pecado actuando mal, hablando mal de otros o simplemente ignorando a otras personas que merecían nuestra atención. Como la mujer del texto, nos ponemos a los pies de Jesús para amarle con todo el corazón y confiar en que él nos comprenderá y nos ayudará para salir de ese estado que nos angustia.
¿Qué situaciones nos avergüenzan? … Nos ponemos frente a una imagen de Jesús, mirándolo fija y amorosamente a los ojos. Sintamos el cariño de su mirada. No hay reproche, hay amor, hay perdón, hay comprensión
Finalmente imaginemos que pone las palmas de sus manos en nuestra cabeza y nos dice dulcemente … tranquilo(a) … anda en paz, … tus pecados están perdonados … por tu fe estás salvado(a).
¿Qué sentimos? … nos quedamos en silencio un rato y luego conversamos con Jesús sobre lo que sentimos al sentir su perdón y solidaridad.
...
Coloquio.
Me dirijo con mucho amor a Jesús, le damos gracias, porque, aunque siendo pecadores, sentimos su perdón y como trae a nuestras vidas la misericordia divina para que vivamos felices y en paz, amando y perdonando
Examen de la oración
Reviso la oración efectuada tratando de descubrir lo que más me ayudó y lo que me distrajo para corregirla la siguiente vez
Escribo los sentimientos que aparecieron con este texto. ¿Cuál me tocó con más fuerza?
¿Cómo se aplica a mi vida lo ocurrido en este pasaje del evangelio
¿De qué forma se logró el objetivo expresado en “la gracia” de esta oración?
Para compartir grupal
En el grupo podríamos responder a las siguientes preguntas
¿Qué sentimientos aparecieron?
Comparto los momentos más relevantes de la reflexión personal
¿Qué me ayudó más a desarrollar mi oración? … ¿Qué fue un impedimento?