De acuerdo, aquí tienes el análisis del pasaje solicitado:
Romanos 7, 18-25a
"El Combate Interior: El Bien que Quiero Hacer y el Mal que Realizo"
“18 Yo sé que no hay nada bueno en mí, es decir, en mi carne. En efecto, el deseo de hacer el bien está a mi alcance, pero no el realizarlo. 19 Y así, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. 20 Pero cuando hago lo que no quiero, no soy yo el que lo hace, sino el pecado que habita en mí. 21 De esta manera, vengo a descubrir esta ley: queriendo hacer el bien, se me presenta el mal. 22 Porque de acuerdo con el hombre interior, me complazco en la ley de Dios, 23 pero veo en mis miembros otra ley que lucha contra la ley de mi razón y me encadena a la ley del pecado que está en mis miembros. 24 ¡Ay de mí, infeliz! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte? 25a ¡Gracias sean dadas a Dios, por Jesucristo, nuestro Señor!”
Contexto
Este pasaje es la culminación de un capítulo muy intenso y personal en la Carta a los Romanos. San Pablo ha estado describiendo la relación entre la Ley de Moisés y el pecado. Ahora, en esta sección, describe de manera dramática la experiencia de la lucha interior del ser humano bajo la Ley, pero sin la gracia capacitadora de Cristo. Utiliza un "yo" que, aunque puede tener raíces en su propia experiencia pasada, representa la condición de toda persona que conoce el bien pero se siente impotente para realizarlo.
Tema Central
El tema central es el conflicto interior del ser humano, dividido entre el deseo de hacer el bien (aprobado por la razón y la conciencia) y la compulsión de hacer el mal, causada por el "pecado que habita en mí". Pablo describe esta tensión como una guerra entre dos leyes: la "ley de mi razón" que se complace en la ley de Dios, y la "ley del pecado" en sus "miembros" que lo esclaviza. Este conflicto lleva a un grito de desesperación ("¡Ay de mí, infeliz!") que encuentra su única respuesta y liberación en Jesucristo.
Aplicación a nuestra actualidad
La descripción de Pablo sobre la lucha interior es una de las más realistas y consoladoras de la Biblia, porque da voz a nuestra propia experiencia:
El Reconocimiento de la Impotencia Humana: "No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero". Esta es la experiencia universal del creyente que es honesto consigo mismo. Conocemos lo que es bueno, deseamos hacerlo, pero a menudo nos encontramos haciendo lo contrario. Reconocer esta impotencia no es para desesperarnos, sino el primer paso de la humildad que nos abre a la necesidad de un Salvador.
El Pecado como un Poder Invasor: Pablo describe al pecado no solo como actos malos, sino como un poder, una "ley" que "habita en mí" y "me encadena". Es una fuerza que parece operar independientemente de nuestra buena voluntad. Esta visión nos ayuda a entender la seriedad de la lucha espiritual.
El Deseo del Bien Persiste: A pesar de la esclavitud al pecado, "me complazco en la ley de Dios". En lo más profundo de nuestro ser ("el hombre interior"), hay un anhelo por el bien, una afinidad con la voluntad de Dios. La gracia de Dios trabaja sobre este deseo.
El Grito de Socorro: "¡Ay de mí, infeliz! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte?". Este grito de angustia es el punto de inflexión. Es el clamor del que se da cuenta de que no puede salvarse a sí mismo. Es una oración en sí misma, la oración del pobre de espíritu.
La Respuesta es una Persona: Jesucristo: "¿Quién me librará? ¡Gracias sean dadas a Dios, por Jesucristo, nuestro Señor!". La respuesta al dilema humano no es una técnica, ni una filosofía, ni un mayor esfuerzo de la voluntad. La respuesta es una Persona. La liberación de este conflicto interior viene de fuera de nosotros mismos, es un don gratuito que recibimos a través de la obra redentora de Jesucristo y el poder de su Espíritu que habita en nosotros (como Pablo desarrollará en el capítulo 8).
Este pasaje nos consuela al poner palabras a nuestra lucha interior, asegurándonos que no estamos solos en esta experiencia. Nos libera de la frustración del perfeccionismo, al mostrarnos que no podemos vencer el pecado con nuestras propias fuerzas. Y, sobre todo, nos llena de esperanza, al dirigir nuestra mirada a la única solución: Jesucristo, nuestro Señor, que nos libra del "cuerpo de esta muerte" y nos da la libertad de los hijos de Dios.
Preguntas para la reflexión
¿En qué áreas de mi vida experimento con más fuerza esta tensión de "no hacer el bien que quiero, sino el mal que no quiero"?
¿Soy capaz de reconocer con humildad mi propia impotencia para vencer el pecado, o sigo confiando demasiado en mi propia fuerza de voluntad?
¿Qué significa para mí que el "pecado habita en mí" como una fuerza, y no solo como actos aislados?
¿He llegado alguna vez a ese punto de clamar "¡Ay de mí, infeliz! ¿Quién me librará?" como un paso para una entrega más profunda a Cristo?
¿Cómo vivo la gratitud a Jesucristo como la única respuesta y la única liberación de mi conflicto interior?
Oración
Señor, reconozco ante Ti mi lucha interior. A menudo, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Veo en mis miembros una ley que me encadena a la ley del pecado. ¡Ay de mí, infeliz! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Pero doy gracias a Ti, oh Dios, por Jesucristo, nuestro Señor. Solo en Él encuentro la liberación y la fuerza. Que tu gracia, que es más poderosa que mi pecado, me sane y me fortalezca para poder cumplir tu voluntad. Amén.