Romanos 8, 12-17
"Hijos en el Espíritu: No Esclavos del Miedo, sino Herederos de Dios"
“12 Hermanos, no somos deudores de la carne para vivir carnalmente. 13 Si ustedes viven según la carne, morirán. Pero si con la ayuda del Espíritu hacen morir las obras del cuerpo, entonces vivirán. 14 Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. 15 Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavitud para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: «¡Abbá!», es decir, «¡Padre!». 16 El mismo Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. 17 Y si somos hijos, también somos herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, si compartimos sus sufrimientos, para ser también glorificados con él.”
Contexto
Este pasaje de la Carta a los Romanos se encuentra en el corazón del capítulo 8, donde San Pablo describe la nueva vida en el Espíritu Santo. En los versículos anteriores (Rom 8,1-11), ha establecido el contraste entre "vivir según la carne" y "vivir según el Espíritu". Ahora, Pablo extrae las consecuencias de esta nueva realidad: ya no estamos en "deuda" con la carne (nuestra naturaleza pecaminosa), y nuestra nueva identidad es la de "hijos de Dios", guiados por el Espíritu.
Tema Central
El tema central es la nueva identidad del creyente como hijo adoptivo de Dios, en contraste con la antigua condición de esclavitud al pecado y al temor. Esta filiación divina no es una idea abstracta, sino una realidad experimentada a través del Espíritu Santo, que habita en nosotros, nos permite llamar a Dios "¡Abbá!, Padre", y nos da el testimonio interior de que somos hijos y, por tanto, herederos. Esta herencia gloriosa, sin embargo, está condicionada a nuestra disposición a compartir también los sufrimientos de Cristo.
Aplicación a nuestra actualidad
Las palabras de Pablo son una proclamación de la inmensa dignidad y la esperanza que hemos recibido en el bautismo:
Liberados de la Deuda: "No somos deudores de la carne...". El pecado y sus deseos ya no tienen un derecho sobre nosotros. Hemos sido liberados. Sin embargo, la lucha continúa. La libertad implica una elección diaria: o volvemos a someternos a la "carne" (lo que lleva a la muerte espiritual), o, "con la ayuda del Espíritu", hacemos "morir las obras del cuerpo" para vivir. La vida cristiana es una lucha activa, pero una lucha que libramos con el poder del Espíritu.
La Señal de la Filiación: Ser Guiados por el Espíritu: "Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios". El signo de que somos verdaderos hijos no es una perfección moral, sino una docilidad habitual al Espíritu Santo. ¿Me dejo guiar por el Espíritu en mis decisiones, mis deseos, mis reacciones?
De la Esclavitud del Temor a la Confianza Filial: "No han recibido un espíritu de esclavitud para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos...". Pablo contrasta dos tipos de relación con Dios. La del esclavo, basada en el miedo al castigo, y la del hijo, basada en el amor y la confianza. El cristianismo no es una religión de miedo. El Espíritu nos libera del temor y nos introduce en una relación íntima con Dios.
La Oración del Hijo: "¡Abbá!, Padre!": El Espíritu en nosotros "nos hace gritar: «¡Abbá!»". "Abbá" era la palabra aramea íntima y familiar que usaban los niños para dirigirse a su padre (similar a "papá"). Es la oración de Jesús en Getsemaní. Que nosotros podamos dirigirnos al Dios del universo con esta misma palabra es una de las revoluciones más grandes del Evangelio. Revela una intimidad y una confianza inauditas.
Herederos de Dios, Coherederos de Cristo: "Y si somos hijos, también somos herederos...". Nuestra filiación tiene una consecuencia asombrosa: nos convierte en herederos de la vida divina, de la gloria, de todo lo que pertenece a Dios. Somos "coherederos" con Cristo, compartimos su mismo destino.
La Condición: Compartir sus Sufrimientos: "...si compartimos sus sufrimientos, para ser también glorificados con él". La herencia de la gloria no es automática. Está inseparablemente unida a la participación en la cruz de Cristo. Seguir a Cristo implica estar dispuestos a compartir sus sufrimientos, sus rechazos, las "muertes" a nuestro egoísmo. El camino a la gloria pasa por la cruz.
Este pasaje es una carta de nuestra propia nobleza espiritual. Nos recuerda que no estamos destinados a vivir como esclavos del pecado o del miedo, sino como hijos amados de un Padre, con acceso directo a su corazón y con la promesa de una herencia gloriosa. Es una invitación a vivir a la altura de esta dignidad, dejándonos guiar por el Espíritu y aceptando el camino de Cristo en su totalidad, tanto en sus sufrimientos como en su gloria.
Preguntas para la reflexión
¿En qué áreas de mi vida siento que todavía estoy actuando como un "deudor de la carne", cediendo a sus deseos? ¿Pido la ayuda del Espíritu para "hacerlos morir"?
¿Mi relación con Dios está más basada en el "temor" de un esclavo o en la "confianza" de un hijo? ¿Me atrevo a orar a Dios llamándole "Abbá"?
¿Soy consciente del testimonio interior del Espíritu que me asegura que "soy hijo/a de Dios"? ¿Cómo cultivo esta conciencia?
¿Qué significa para mí ser "heredero/a de Dios y coheredero/a de Cristo"? ¿Cómo influye esta esperanza en mi forma de ver la vida?
¿Estoy dispuesto/a a "compartir los sufrimientos" de Cristo para poder "ser también glorificado/a con él"? ¿O busco un cristianismo sin cruz?
Oración
Padre nuestro, te damos gracias porque no nos has dado un espíritu de esclavitud para caer en el temor, sino el Espíritu de hijos adoptivos que nos hace gritar: ¡Abbá, Padre! Que tu Espíritu se una a nuestro espíritu para darnos la certeza de que somos tus hijos y herederos. Ayúdanos, con la fuerza de este mismo Espíritu, a hacer morir las obras de la carne y a vivir como quienes son conducidos por Ti. Y danos la gracia de compartir los sufrimientos de Cristo, para que un día seamos también glorificados con Él. Amén.