Baruc 1,15-22
"La Confesión de los Exiliados: 'Hemos Pecado, hemos Sido Rebeldes'"
“15 «Al Señor, nuestro Dios, le corresponde la justicia; a nosotros, en cambio, la vergüenza reflejada en el rostro, como se ve en el día de hoy: a los hombres de Judá y a los habitantes de Jerusalén, 16 a nuestros reyes y a nuestros príncipes, a nuestros sacerdotes, a nuestros profetas y a nuestros padres. 17 Porque hemos pecado contra el Señor, 18 le hemos desobedecido, y no hemos escuchado la voz del Señor, nuestro Dios, que nos mandaba seguir los preceptos que él nos había puesto delante de nuestros ojos. 19 Desde el día en que el Señor hizo salir a nuestros padres del país de Egipto hasta el día de hoy, no hemos dejado de desobedecer al Señor, nuestro Dios, y hemos sido sordos para no escuchar su voz. 20 Por eso se han pegado a nosotros la desgracia y la maldición que el Señor había anunciado por medio de Moisés, su servidor, cuando hizo salir a nuestros padres de Egipto, para darnos una tierra que mana leche y miel, como se ve en el día de hoy. 21 Pero nosotros no escuchamos la voz del Señor, nuestro Dios, conforme a todas las palabras de los profetas que él nos enviaba. 22 Y nos fuimos cada uno detrás de las inclinaciones de nuestro malvado corazón, a servir a otros dioses y a hacer lo que es malo a los ojos del Señor, nuestro Dios».”
Contexto
El libro de Baruc es un libro deuterocanónico del Antiguo Testamento, atribuido a Baruc, el secretario del profeta Jeremías. Se presenta como una carta enviada por los exiliados judíos en Babilonia a sus hermanos que quedaron en Jerusalén, después de la destrucción de la ciudad en el 587 a.C. Este pasaje forma parte de una larga oración de confesión (que abarca desde 1,15 hasta 3,8). Los exiliados, en un acto de humildad y lucidez, leen su propia historia a la luz de la fe y reconocen su pecado como la causa de la catástrofe que han sufrido.
Tema Central
El tema central es una confesión de pecado comunitaria y sincera. El pueblo exiliado reconoce que el desastre del exilio no es un acto arbitrario de Dios, sino la justa consecuencia de una larga historia de desobediencia a la alianza. Se confiesan "rebeldes" y "sordos" a la voz de Dios, transmitida a través de la Ley de Moisés y de las advertencias de los profetas. Se atribuyen la culpa a sí mismos ("a nosotros... la vergüenza") y reconocen la justicia de Dios ("Al Señor... le corresponde la justicia").
Aplicación a nuestra actualidad
La oración de los exiliados es un modelo profundo de cómo una comunidad (y un individuo) debe examinar su conciencia, especialmente en tiempos de crisis:
Asumir la Responsabilidad, no Culpar a Dios: "Al Señor, nuestro Dios, le corresponde la justicia; a nosotros... la vergüenza...". Ante la desgracia, la tentación es culpar a Dios o a las circunstancias. Los exiliados, en cambio, hacen un acto de madurez espiritual: reconocen su propia responsabilidad. Nos enseña a examinar nuestra propia parte de culpa en las dificultades que enfrentamos, antes de señalar a otros.
Un Pecado Colectivo e Histórico: La confesión abarca a todos ("nuestros reyes, nuestros príncipes, nuestros sacerdotes, nuestros profetas y nuestros padres") y a toda su historia ("Desde los días de nuestros padres hasta el día de hoy..."). Es el reconocimiento de que somos parte de una historia de pecado y de gracia, y que somos solidarios tanto en el mal como en el bien de nuestra comunidad (familia, Iglesia, país).
El Pecado Fundamental: No Escuchar: La raíz del pecado se describe repetidamente como "no hemos escuchado la voz del Señor". La desobediencia nace de una sordera voluntaria. Es una advertencia para nosotros: ¿estamos verdaderamente escuchando la voz de Dios en la Escritura, en la enseñanza de la Iglesia, en nuestra conciencia, o somos "sordos" a lo que nos pide?
Seguir las Propias Inclinaciones: "...nos fuimos cada uno detrás de las inclinaciones de nuestro malvado corazón...". Esta es la esencia del pecado: poner nuestro propio yo, nuestros propios deseos y caprichos, en el centro, en lugar de la voluntad de Dios. Es una llamada a examinar qué "inclinaciones" están gobernando nuestra vida.
La Confesión como Inicio de la Sanación: Aunque este pasaje es una confesión de culpa, es el primer paso indispensable hacia la sanación y la restauración. Solo cuando se reconoce la enfermedad se puede buscar al médico. Al confesar su pecado, el pueblo se abre de nuevo a la posibilidad de la misericordia de Dios (que se desarrollará más adelante en el libro).
Este pasaje es una poderosa invitación a la humildad y al realismo. Nos desafía a hacer una "lectura creyente" de nuestra propia historia personal y comunitaria, reconociendo nuestras infidelidades sin excusas. Nos enseña que la verdadera oración penitencial no es para auto-castigarse, sino para restablecer la verdad en nuestra relación con Dios, reconociendo su justicia y abriéndonos a su misericordia sanadora.
Preguntas para la reflexión
Cuando enfrento una crisis o una "desgracia", ¿mi primera reacción es culpar a Dios o a los demás, o soy capaz de examinar mi propia responsabilidad, como los exiliados?
¿Soy consciente de mi solidaridad con los pecados de mi "pueblo" (la Iglesia, mi sociedad)? ¿Oro pidiendo perdón no solo por mis faltas, sino también por las de la comunidad?
¿En qué áreas de mi vida estoy siendo "sordo/a para no escuchar la voz de Dios"?
¿Cuáles son las "inclinaciones de mi malvado corazón" que me llevan a "servir a otros dioses" (ídolos modernos) y a hacer lo que es malo a los ojos del Señor?
¿Entiendo la confesión de mis pecados no como un acto humillante, sino como el primer y necesario paso para experimentar la misericordia y la sanación de Dios?
Oración
Señor, nuestro Dios, a Ti te corresponde la justicia y a nosotros la vergüenza. Reconocemos que hemos pecado contra Ti, que hemos sido sordos a tu voz y hemos seguido las inclinaciones de nuestro malvado corazón. Perdona nuestra desobediencia y la de nuestros padres. Abre nuestros oídos para que escuchemos tu voz y danos un corazón dócil para seguir tus preceptos. Que, reconociendo nuestra culpa, podamos abrirnos a la inmensidad de tu misericordia. Amén.