Lucas 10, 13-16
"¡Ay de ti, Corozaín! El Rechazo al Mensajero es el Rechazo a Dios"
“13 ¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si los milagros realizados entre ustedes se hubieran hecho en Tiro y en Sidón, hace tiempo que se habrían convertido, poniéndose cilicio y cubriéndose con ceniza. 14 Por eso, en el día del Juicio, Tiro y Sidón serán tratadas menos rigurosamente que ustedes. 15 Y tú, Cafarnaún, ¿acaso crees que serás elevada hasta el cielo? No, serás precipitada hasta el infierno. 16 El que los escucha a ustedes, me escucha a mí; el que los rechaza a ustedes, me rechaza a mí; y el que me rechaza, rechaza a aquel que me envió».”
Contexto
Este pasaje del Evangelio de Lucas se encuentra dentro del "Discurso de la Misión", en el que Jesús está dando instrucciones a los setenta y dos discípulos que envía por delante de Él (Lucas 10,1-12). Justo antes, Jesús les ha dicho cómo actuar si son rechazados en una ciudad: deben sacudirse el polvo de los pies como testimonio. Ahora, Jesús mismo pronuncia unas duras lamentaciones ("Ayes") sobre las ciudades de Galilea que, a pesar de haber sido el centro de su ministerio y de haber presenciado sus milagros, no se han convertido. El pasaje concluye con una afirmación solemne que identifica a sus enviados con Él mismo y, a través de Él, con el Padre.
Tema Central
El tema central es el juicio sobre la incredulidad y la indiferencia ante la revelación de Dios, y la identificación total de Jesús con sus enviados. Se subraya que una mayor gracia y privilegio (haber visto los milagros) conlleva una mayor responsabilidad. El rechazo a la manifestación de Dios es más grave que el pecado de los paganos ignorantes. Finalmente, se establece un principio de autoridad y representación: escuchar o rechazar a los discípulos de Jesús equivale a escucharlo o rechazarlo a Él y, en última instancia, al Padre que lo envió.
Aplicación a nuestra actualidad
Las palabras de Jesús, aunque dirigidas a ciudades concretas de su tiempo, son una advertencia perenne para todos nosotros:
El Peligro de la Familiaridad con la Gracia: Corozaín, Betsaida y Cafarnaún tuvieron el inmenso privilegio de tener a Jesús predicando en sus calles y haciendo milagros ante sus ojos. Pero esta familiaridad no los llevó a la conversión, sino a la indiferencia. Esto nos advierte sobre el peligro de "acostumbrarnos" a Dios. Nosotros, que tenemos acceso a la Eucaristía, a la Palabra, a los sacramentos, podemos caer en la misma indiferencia, dando por sentada la gracia sin dejar que transforme nuestras vidas.
A Mayor Don, Mayor Responsabilidad: Jesús afirma que ciudades paganas notorias como Tiro, Sidón y Sodoma serán tratadas "menos rigurosamente" en el juicio. ¿Por qué? Porque no tuvieron las mismas oportunidades. Esto nos enseña que Dios nos juzgará no en abstracto, sino en proporción a los dones y a la luz que hemos recibido. Quienes hemos conocido a Cristo tenemos una responsabilidad inmensa.
La Conversión es la Respuesta Esperada: El pecado fundamental de estas ciudades no es un acto inmoral concreto, sino la falta de "conversión", de un cambio de corazón en respuesta a la predicación y a los milagros. Dios nos ofrece su gracia no solo para que la admiremos, sino para que nos transformemos.
La Identificación de Cristo con sus Enviados: "El que los escucha a ustedes, me escucha a mí; el que los rechaza a ustedes, me rechaza a mí...". Esta es una afirmación de una dignidad y una responsabilidad inmensas.
Para quien es enviado (nosotros): Cuando hablamos o actuamos en nombre de Cristo (como padres, catequistas, amigos), debemos ser conscientes de que estamos representando a Jesús. Nuestras palabras y acciones deben ser un reflejo lo más fiel posible de Él.
Para quien escucha: Debemos aprender a escuchar la voz de Cristo a través de sus mediadores humanos: la Iglesia, sus pastores, los profetas que nos envía. Rechazar la enseñanza de la Iglesia o la corrección de un hermano no es solo rechazar a una persona, sino que puede ser rechazar a Cristo mismo.
Este pasaje es una llamada a la seriedad de la fe. Nos sacude de nuestra complacencia y nos recuerda que hemos recibido un don incalculable en Jesucristo. Nos desafía a responder a este don con una conversión constante y a tomar en serio tanto nuestra misión de ser sus enviados como nuestra responsabilidad de escuchar a quienes Él nos envía.
Preguntas para la reflexión
¿De qué manera puedo yo estar siendo como los habitantes de Cafarnaún, acostumbrado/a a la presencia de Jesús en la Eucaristía o en su Palabra, sin que esto produzca una verdadera conversión en mi vida?
¿Soy consciente de la gran responsabilidad que tengo ante Dios por todos los dones de la fe que he recibido?
¿Qué "milagros" o signos de la gracia de Dios he visto en mi vida que deberían haberme llevado a una conversión más profunda?
¿Cómo acojo a los "enviados" de Jesús en mi vida (la enseñanza de la Iglesia, el consejo de un sacerdote o de un hermano sabio)? ¿Los escucho como si escuchara a Cristo?
¿Soy consciente de que, cuando hablo de mi fe o doy un consejo en nombre de Cristo, estoy representándolo a Él y que esto exige una gran fidelidad?
Oración
Señor Jesús, que lamentaste la dureza de corazón de las ciudades que no se convirtieron a pesar de tus milagros. Líbranos de toda indiferencia y de acostumbrarnos a tu gracia. Danos un corazón humilde que sepa acoger tu Palabra y tus obras con un deseo sincero de conversión. Y ayúdanos a reconocer tu voz en los mensajeros que nos envías, para que, al escucharlos a ellos, te escuchemos a Ti y al Padre que te ha enviado. Amén.