"Alabanza a Dios, que cambia nuestro luto en danza"
Texto original (El Libro del Pueblo de Dios):
2 Te glorificaré, Señor, porque me libraste y no quisiste que mis enemigos se rieran de mí.
[...]
4 Sáname, Señor, Dios mío, porque yo te invoqué.
5 Señor, tú me sacaste del Abismo, me hiciste revivir, cuando estaba entre los que bajan al sepulcro.
6 Canten al Señor, sus fieles; den gracias a su santo Nombre.
[...]
11 ¡Escucha, Señor, ten piedad de mí! ¡Sé tú, Señor, mi ayuda!».
12a Tú cambiaste mi luto en danza, me quitaste el sayal y me envolviste de alegría.
[...]
13b ¡Señor, Dios mío, te daré gracias eternamente!
Contexto:
Este es un Salmo de Acción de Gracias individual (un Todah). El salmista ha pasado por una experiencia muy dura, probablemente una enfermedad grave que lo llevó al borde de la muerte ("me sacaste del Abismo", "entre los que bajan al sepulcro"). En su angustia, clamó a Dios pidiendo ayuda y sanación (v. 4, 11). Dios escuchó su oración y lo restauró. Ahora, lleno de gratitud, el salmista no solo alaba a Dios personalmente, sino que invita a toda la comunidad ("sus fieles") a unirse a su canto. La tradición lo atribuye al rey David, y algunas versiones lo relacionan con la dedicación de su casa o palacio. Sea cual sea el evento específico, el núcleo es la experiencia de ser rescatado de una situación desesperada por la intervención divina.
Breve explicación para hoy:
Este salmo es un testimonio poderoso del paso de la desesperación a la alegría gracias a la ayuda de Dios. Todos pasamos por momentos difíciles: enfermedades, pérdidas, fracasos, tristezas profundas, momentos en que sentimos que tocamos fondo, como si estuviéramos "bajando al sepulcro". El salmista nos muestra el camino: en medio de la angustia, no dudar en clamar a Dios con confianza ("¡Escucha, Señor, ten piedad! ¡Sé tú mi ayuda!").
Lo más hermoso es la transformación que Dios obra: quita la ropa de luto ("sayal", una tela áspera usada en señal de penitencia o duelo) y la cambia por vestidos de fiesta, convierte el llanto en baile. No es solo que el problema se solucione, sino que Dios restaura la alegría de vivir. Este salmo nos recuerda que Dios está atento a nuestro sufrimiento y tiene el poder de transformarlo. Nos invita a no olvidar las veces que Dios nos ha ayudado, a "hacer memoria" de sus beneficios, como se enfatiza en la espiritualidad ignaciana. Este recuerdo agradecido (traer a la memoria los beneficios recibidos) nos fortalece en el presente y nos llena de esperanza para el futuro. La respuesta natural a esta liberación es la alabanza continua: "¡Señor, Dios mío, te daré gracias eternamente!".
Tema central: La acción de gracias a Dios por la liberación de una angustia mortal (probablemente enfermedad) y la transformación radical del sufrimiento en alegría y alabanza.
Preguntas para la reflexión personal:
¿Puedes recordar alguna situación en tu vida en la que te sentiste "en el abismo" o "bajando al sepulcro"? ¿Cómo viviste ese momento?
¿Cómo fue tu oración en esa circunstancia difícil? ¿Te sentiste capaz de clamar a Dios como el salmista?
¿Has experimentado alguna vez esa transformación del "luto en danza"? ¿Cómo se manifestó esa alegría o alivio que Dios te regaló?
El salmista invita a otros a cantar. ¿Cómo compartes tú la gratitud por las ayudas que Dios te ha dado? ¿De qué manera tu experiencia puede animar a otros?
¿Qué "sayales" (tristezas, cargas, viejas heridas) necesitas presentarle hoy a Dios para que Él los transforme en "vestiduras de alegría"?
¿Cómo puedes cultivar en tu día a día esa actitud de "dar gracias eternamente", incluso antes de ver la solución completa a tus problemas?
Oración:
Señor, Dios mío, como el salmista, quiero glorificarte porque me has librado muchas veces. Recuerdo los momentos difíciles en que te invoqué, cuando sentía que me hundía, y Tú me escuchaste. Gracias porque tienes el poder de sacar del abismo, de sanar las heridas del cuerpo y del alma. Gracias porque cambias mi tristeza en alegría, mis lamentos en danza festiva. Quita de mí todo aquello que me impide alabarte con gozo. Que mi vida entera sea un canto de gratitud por tu bondad y tu fidelidad. ¡Señor, Dios mío, te daré gracias eternamente! Amén.