Los textos de hoy nos hablan de la promesa de unidad y restauración que Dios tiene para su pueblo, disperso y herido. Nos anuncian un futuro de paz y de una alianza eterna, simbolizado en la figura de un único pastor que guiará a todos. Finalmente, nos confrontan con la decisión fatal de quienes, ante la creciente influencia de Jesús, prefieren la seguridad de sus propias estructuras de poder a la novedad que Él ofrece.
En el libro de Ezequiel, Dios promete reunir a los hijos de Israel de todas las naciones donde fueron dispersados. Los unirá en una sola tierra, sobre los montes de Israel, y habrá para todos ellos un único rey, un único pueblo, sin más divisiones ni idolatrías. Dios purificará sus pecados y establecerá con ellos una alianza de paz que será eterna. Su Santuario estará en medio de ellos para siempre, y así las naciones sabrán que Él, el Señor, santifica a Israel. Esta visión de unidad y restauración nos llena de esperanza, recordándonos que el plan de Dios es reunir a toda la humanidad bajo su amor. En nuestra vida, ¿trabajamos por la unidad en nuestros entornos, superando divisiones y buscando la reconciliación? ¿Confiamos en la promesa de Dios de un futuro de paz y armonía?
El profeta Jeremías nos ofrece palabras de consuelo y alegría para aquellos que regresan del exilio. Dios los guiará como un pastor a su rebaño, reuniéndolos de los confines de la tierra. Encontrarán alivio a su tristeza, pues Dios convertirá su duelo en alegría y los saciará con sus bienes. El Señor consolará a Sión y llenará de alegría a sus afligidos. Esta imagen del pastor cuidadoso que guía y consuela a su rebaño resuena profundamente en el corazón humano, que anhela ser amado y protegido. En nuestros momentos de dolor y dificultad, ¿buscamos el consuelo de Dios, confiando en su amor de pastor que nos guía y nos sostiene?
El Evangelio de Juan nos presenta las reacciones contradictorias ante los signos realizados por Jesús, especialmente la resurrección de Lázaro. Muchos de los que vieron este milagro creyeron en él, pero otros fueron a contar lo sucedido a los fariseos. Estos, junto con los sumos sacerdotes, convocan un consejo, temerosos de que la creciente popularidad de Jesús provoque una intervención romana y la pérdida de su poder. En medio de este debate, Caifás, el sumo sacerdote, pronuncia una profecía involuntaria: "Es mejor que muera un solo hombre por el pueblo, y no que toda la nación perezca". A partir de ese día, las autoridades judías deciden dar muerte a Jesús. Este pasaje nos muestra cómo el miedo a perder el poder y el control puede cegar a las personas y llevarlas a tomar decisiones injustas y trágicas. También nos revela el misterioso plan de Dios, que utiliza incluso la maldad humana para llevar a cabo la redención. Ante la figura de Jesús, ¿qué motivaciones guían nuestras decisiones? ¿El miedo a perder nuestras seguridades o la apertura a la novedad que Dios nos ofrece?
Estos tres textos, al unirse, nos ofrecen una visión de la esperanza en la unidad y la restauración que Dios promete, un consuelo en medio del sufrimiento y una seria advertencia sobre los peligros del miedo y la cerrazón ante la verdad. Nos invitan a confiar en el plan amoroso de Dios, que busca reunir a todos sus hijos bajo la guía de un único pastor.
Para seguir profundizando en este mensaje, te propongo las siguientes preguntas:
¿En qué áreas de mi vida personal, familiar o comunitaria experimento divisiones o rupturas? ¿Qué puedo hacer para fomentar la unidad y la reconciliación?
¿Cómo busco y encuentro consuelo en Dios en mis momentos de dolor y aflicción? ¿Qué significa para mí ser guiado como oveja por un pastor amoroso?
¿Qué "miedos" o "seguridades" siento que a veces me impiden reconocer y seguir la voz de Dios en mi vida? ¿Estoy dispuesto a renunciar a mis propios intereses por el bien común y por el Reino de Dios?
¿Cómo reacciono ante las personas o las ideas que desafían mis propias convicciones o estructuras de poder? ¿Estoy abierto al diálogo y al discernimiento sincero de la verdad?