Romanos 2, 1-11
"El Juicio Justo de Dios, que no Hace Acepción de Personas"
“1 Por eso, tú que juzgas, quienquiera que seas, no tienes excusa. Al juzgar a otros, te condenas a ti mismo, porque haces las mismas cosas que condenas. 2 Y sabemos que el juicio de Dios contra los que las practican es un juicio justo. 3 ¿Piensas, entonces, tú que juzgas a los que hacen esas cosas y las haces tú mismo, que escaparás al juicio de Dios? 4 ¿O desprecias el tesoro de su bondad, de su tolerancia y de su paciencia, al no reconocer que esa bondad te impulsa a la conversión? 5 Por tu dureza de corazón y tu negativa a arrepentirte, vas acumulando ira para el día de la ira, cuando se revelará el justo juicio de Dios, 6 que dará a cada uno lo que merecen sus obras. 7 Él dará la Vida eterna a los que por su constancia en la práctica del bien, buscan la gloria, el honor y la inmortalidad. 8 En cambio, castigará con la ira y el enojo a los rebeldes, a los que no se someten a la verdad y se someten a la injusticia. 9 Habrá tribulación y angustia para todos los que hacen el mal: para el judío en primer lugar, y también para el que no lo es. 10 Y habrá gloria, honor y paz para todos los que practican el bien: para el judío en primer lugar, y también para el que no lo es. 11 Porque Dios no hace acepción de personas.”
Contexto
Este pasaje de la Carta a los Romanos sigue inmediatamente al sombrío diagnóstico que Pablo ha hecho de la pecaminosidad del mundo pagano (Romanos 1,18-32). Ahora, Pablo se dirige directamente a una persona (un "tú" genérico) que, al escuchar esta condena de los paganos, podría sentirse moralmente superior y justificada. Este "tú" representa probablemente al judío piadoso, o a cualquier persona moralista (judía o no) que se siente exenta del juicio porque conoce la Ley o porque no comete los mismos pecados "groseros". Pablo derriba esta falsa seguridad.
Tema Central
El tema central es la universalidad e imparcialidad del juicio de Dios. Pablo argumenta que nadie, ni judío ni gentil, puede escapar del juicio de Dios basándose en sus privilegios o en su capacidad de juzgar a otros. El juicio de Dios será justo, "según la verdad" y "según las obras" de cada uno, sin hacer "acepción de personas". La bondad y la paciencia de Dios no son una excusa para la complacencia, sino un llamado a la conversión.
Aplicación a nuestra actualidad
Las palabras de Pablo son una advertencia contundente contra una de las tentaciones más sutiles y peligrosas: la autojustificación y el juicio a los demás.
El Juicio a los Demás te Condena a Ti Mismo: "Tú que juzgas... te condenas a ti mismo, porque haces las mismas cosas que condenas". A menudo, los pecados que más nos irritan y condenamos en los demás son, de alguna forma, un reflejo de nuestras propias luchas o faltas ocultas. Juzgar a otros desde una postura de superioridad moral es hipocresía, y nos pone bajo el mismo juicio que emitimos.
La Bondad de Dios Llama a la Conversión, no a la Presunción: "¿O desprecias el tesoro de su bondad, de su tolerancia y de su paciencia...?". Es un error interpretar la paciencia de Dios como indiferencia ante nuestro pecado. Su bondad no es un permiso para seguir pecando, sino un tiempo de gracia, una oportunidad que se nos da para la conversión. Despreciar esta oportunidad es "acumular ira".
El Juicio será según las Obras: "Dará a cada uno lo que merecen sus obras". Aunque la salvación es por la fe, esta fe, si es auténtica, debe manifestarse en obras. Pablo no contradice su doctrina de la justificación por la fe, sino que la complementa. El juicio final revelará la verdadera naturaleza de nuestra fe a través de nuestra conducta: una vida de "constancia en la práctica del bien" o una vida de "rebeldía" y "sometimiento a la injusticia".
Imparcialidad Absoluta de Dios: "Dios no hace acepción de personas". Este es un principio fundamental. Ante Dios, no valen los privilegios de nacimiento, de nacionalidad, de estatus social o de pertenencia religiosa. A Él no se le puede impresionar. Judíos y gentiles, creyentes y no creyentes, todos seremos juzgados con la misma medida de justicia.
Este pasaje es una llamada a la humildad radical. Nos despoja de toda falsa seguridad y de toda pretensión de superioridad sobre los demás. Nos recuerda que todos, sin excepción, estamos bajo el juicio justo de un Dios que no se deja engañar por las apariencias y que juzgará nuestra vida no por lo que condenamos en otros, sino por lo que nosotros mismos hemos hecho. Y, sobre todo, nos llama a ver la paciencia de Dios como lo que realmente es: una invitación urgente a la conversión.
Preguntas para la reflexión
¿En qué momentos de mi vida me siento tentado/a a "juzgar" a otros, sintiéndome moralmente superior a ellos? ¿Soy consciente de que, al hacerlo, me estoy condenando a mí mismo/a?
¿Interpreto la "paciencia" de Dios con mis propios pecados como una licencia para seguir igual, o como una llamada urgente a la conversión?
Si el juicio de Dios será "según mis obras", ¿mi vida actual refleja una "constancia en la práctica del bien" o una "rebeldía" a la verdad?
¿Me consuela o me desafía la idea de que "Dios no hace acepción de personas"? ¿Me libera de mis prejuicios o me quita mis falsas seguridades?
¿Qué paso concreto de conversión necesito dar hoy, en respuesta a la bondad y a la paciencia de Dios que me ha sostenido hasta ahora?
Oración
Señor, Juez justo y bueno, líbranos de la tentación de juzgar a nuestros hermanos, para que no nos condenemos a nosotros mismos. No permitas que despreciemos el tesoro de tu paciencia, sino que reconozcamos tu bondad como un llamado a la conversión. Danos la gracia de perseverar en la práctica del bien, no por nuestros méritos, sino como respuesta a tu amor. Que, sabiendo que no haces acepción de personas, vivamos con humildad y rectitud, esperando tu justo juicio con esperanza. Amén.