Salmo 16(15), 1-2, 5, 7-8, 11
"El Señor, mi Herencia: El Camino de la Vida y la Alegría Plena"
“1 Protégeme, Dios mío, porque me refugio en ti. 2 Yo digo al Señor: «Señor, tú eres mi bien, no hay nada superior a ti»... 5 El Señor es la parte de mi herencia y mi cáliz, ¡tú mi suerte aseguras!... 7 Bendeciré al Señor que me aconseja, ¡hasta de noche me instruye mi conciencia! 8 Tengo siempre presente al Señor: él está a mi derecha, nunca vacilaré... 11 Me harás conocer el camino de la vida, saciándome de gozo en tu presencia, de felicidad eterna a tu derecha.”
Contexto
El Salmo 16 es un salmo de confianza, una oración íntima y profunda que expresa la total adhesión del salmista a Dios. Se atribuye a David. En este salmo, el orante declara su elección de Dios como su único bien y su verdadera herencia, por encima de todas las posesiones terrenales. Esta relación de confianza y comunión con Dios le proporciona guía, seguridad, alegría y una esperanza que trasciende incluso la muerte.
Tema Central
El tema central es la elección de Dios como el tesoro supremo y la porción exclusiva de la vida del creyente. Esta elección radical de tener a Dios como "herencia" y "bien" supremo conduce a una vida de confianza serena, de guía divina constante, de estabilidad inquebrantable y, en última instancia, a la plenitud del gozo y la felicidad eterna en la presencia de Dios.
Aplicación a nuestra actualidad
Este salmo es una joya que nos invita a una relación íntima y confiada con Dios. Es el retrato de una amistad profunda con el Señor:
El salmista no se dirige a un dios lejano, sino a "mi Dios", "mi bien", "mi herencia". Es una relación personal. "Protégeme... me refugio en ti" son palabras de confianza absoluta, como un niño que corre a los brazos de su padre. Esta es la base de toda la vida espiritual: una confianza filial.
La elección de Dios como "herencia" y "cáliz" es una decisión que reordena todas las prioridades. En lugar de buscar la seguridad en la tierra, la riqueza o el estatus, el salmista encuentra su todo en Dios. Es una invitación a liberarnos de los apegos que nos impiden amar a Dios sobre todas las cosas.
Esta amistad se nutre de un diálogo constante: "Bendeciré al Señor que me aconseja, ¡hasta de noche me instruye mi conciencia!". No es una oración de momentos puntuales, sino una conciencia permanente de la presencia de Dios que guía, que ilumina, que habla en el silencio del corazón.
El resultado de esta amistad es una seguridad inquebrantable: "Tengo siempre presente al Señor: él está a mi derecha, nunca vacilaré". La presencia de Dios es una fuente de fortaleza que nos impide caer en la desesperación o en la duda.
Finalmente, esta amistad se proyecta hacia una esperanza gozosa: "Me harás conocer el camino de la vida, saciándome de gozo en tu presencia, de felicidad eterna a tu derecha". La meta no es otra que la comunión eterna con el Amigo, una comunión que ya comienza aquí y que nos llena de un gozo que nada ni nadie nos puede quitar. La resurrección de Cristo es la garantía de que esta esperanza es una realidad.
Preguntas para la reflexión
¿Puedo yo decir hoy con sinceridad: "Señor, tú eres mi bien, no hay nada superior a ti"? ¿Qué otros "bienes" compiten con Dios por el primer lugar en mi corazón?
Si "el Señor es la parte de mi herencia", ¿cómo se refleja esto en mis valores, mis prioridades y mi forma de ver la vida y la muerte?
¿De qué manera estoy buscando y escuchando el "consejo" de Dios en mi vida, permitiendo que Él me "instruya" incluso a través de mi conciencia?
¿Cómo puedo cultivar una mayor conciencia de tener "siempre presente al Señor" a mi derecha para no vacilar en mi fe y en mis decisiones?
¿Qué me impide experimentar más plenamente esa "alegría en su presencia" y esa "felicidad eterna" que el salmista describe, y cómo puedo abrirme más a ella?
Oración
Protégeme, Dios mío, porque en Ti me refugio. Tú eres mi Señor, mi único bien, mi herencia y mi cáliz. Bendito seas porque me aconsejas e instruyes mi corazón. Te tengo siempre presente a mi derecha, y así no vacilaré. Muéstrame, Señor, el camino de la vida, y sáciame del gozo de tu presencia y de la felicidad eterna que tienes preparada para mí. Amén.