Lucas 7, 11-17
"La Resurrección del Hijo de la Viuda de Naím: La Compasión de Jesús ante el Dolor Humano"
“11 En seguida, Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud. 12 Justamente cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y mucha gente del lugar la acompañaba. 13 Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: «No llores». 14 Después se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron y Jesús dijo: «Joven, yo te lo ordeno, levántate». 15 El muerto se incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre. 16 Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: «Un gran profeta ha surgido entre nosotros y Dios ha visitado a su pueblo». 17 El rumor de lo que Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y por las regiones vecinas.”
Contexto
Este pasaje del Evangelio de Lucas narra un milagro de resurrección, exclusivo de este evangelista. Ocurre poco después de que Jesús sanara al siervo del centurión. La escena es de una gran carga dramática y emocional: dos multitudes se encuentran a las puertas de la ciudad de Naím. Una es la multitud de la vida, que sigue a Jesús. La otra es la multitud de la muerte, un cortejo fúnebre que acompaña a una viuda que ha perdido a su único hijo.
Tema Central
El tema central es la compasión soberana de Jesús, el Señor de la vida, que se conmueve ante el dolor humano extremo y responde devolviendo la vida a un joven muerto. Este milagro no es solicitado; nace espontáneamente del corazón compasivo de Jesús. El evento provoca una doble reacción: temor reverencial y alabanza a Dios, reconociendo en Jesús a un "gran profeta" y la "visita" salvadora de Dios a su pueblo.
Aplicación a nuestra actualidad
La resurrección del joven de Naím es una profunda revelación del corazón de Dios y una fuente de inmensa esperanza para nosotros:
La Compasión como Motor de la Acción de Dios: "Al verla, el Señor se conmovió...". Lucas destaca que el milagro no nace de una petición, sino de la compasión de Jesús. La palabra griega para "se conmovió" (splanchnizomai) denota una emoción visceral, un dolor que se siente en las entrañas. La viuda de Naím, que ha perdido a su marido y ahora a su único hijo, representa la cumbre del desamparo y el sufrimiento. Jesús no es indiferente a este dolor; lo siente como propio, y este sentimiento lo impulsa a actuar. Nos revela un Dios que se conmueve profundamente por nuestro sufrimiento.
Palabras de Consuelo y un Toque de Vida: Lo primero que hace Jesús es dirigirse a la madre: "No llores". Es una palabra de consuelo personal. Luego, "tocó el féretro". Tocar un cadáver o un féretro causaba impureza ritual según la ley judía. Jesús, en su compasión, transgrede la norma ritual para restaurar la vida. Su santidad no se contamina por el contacto con la muerte, sino que la vence.
La Palabra de Mando sobre la Muerte: "Joven, yo te lo ordeno, levántate". Jesús habla a la muerte con una autoridad absoluta, como lo hizo en la sinagoga con el demonio. Su palabra es creadora, tiene el poder de devolver la vida.
Restauración de la Relación: "Y Jesús se lo entregó a su madre". El milagro no termina con el joven revivido. Culmina en la restauración de la relación madre-hijo, en la sanación del corazón destrozado de la viuda. El poder de Jesús siempre tiene un fin relacional y restaurador.
Reconocer la "Visita" de Dios: "Dios ha visitado a su pueblo". La gente reconoce que este evento no es una simple curación, sino una "visita" de Dios, una intervención salvadora en su historia. También nosotros estamos llamados a tener los ojos abiertos para reconocer las "visitas" de Dios en nuestra vida, los momentos en que Él interviene para traer vida donde había muerte.
Este pasaje es una ventana al corazón de Jesús. Nos muestra un Dios que no solo tiene poder sobre la muerte, sino que se conmueve hasta las entrañas por nuestro dolor. Es una invitación a llevar nuestras propias "muertes" (nuestros duelos, nuestras pérdidas, nuestras situaciones sin esperanza) al encuentro de Jesús, confiando en que su compasión puede tocarnos, su palabra puede levantarnos y su acción puede restaurar nuestras relaciones y devolvernos la alegría.
Preguntas para la reflexión
¿Soy consciente de que Jesús se "conmueve" por mis sufrimientos y los de los demás, o a veces siento a un Dios lejano e indiferente?
¿Qué "cortejos fúnebres" (situaciones de duelo, de pérdida de esperanza) veo en mi entorno, a los que Jesús querría salir al encuentro?
¿Cómo puedo yo, en mi pequeño ámbito, ser un instrumento de la compasión de Jesús, ofreciendo una palabra de consuelo y un "toque" de vida a quienes están de luto?
¿Confío en el poder de la palabra de Jesús para "levantarme" de mis propias "muertes" espirituales o emocionales?
¿En qué momentos de mi vida he podido decir con la gente de Naím: "Dios ha visitado a su pueblo", reconociendo su intervención salvadora?
Oración
Señor Jesús, que te compadeciste de la viuda de Naím y detuviste el cortejo de la muerte. Mira también hoy nuestros duelos y nuestras pérdidas, y conmuevete por nuestro dolor. No pases de largo. Dinos "No llores", toca nuestros féretros y, con tu palabra poderosa, levántanos de todas nuestras muertes. Que, al experimentar tu poder vivificante, podamos alabarte y proclamar que Dios ha visitado a su pueblo. Amén