Romanos 13, 8-10
"El amor, la única deuda que nunca se salda"
"8. Que la única deuda con los demás sea la del amor mutuo: el que ama al prójimo ya cumplió toda la Ley.[1][2] 9. Porque los mandamientos: No cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no codiciarás, y cualquier otro, se resumen en este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. 10. El amor no hace mal al prójimo. Por lo tanto, el amor es la plenitud de la Ley.[2]"
Contexto
Este pasaje se encuentra en la parte de la carta a los Romanos dedicada a las exhortaciones prácticas. Justo antes de estos versículos, el apóstol Pablo ha estado hablando de los deberes del cristiano con las autoridades civiles: someterse a ellas y pagar los impuestos.[3] Tras hablar de "dar a cada uno lo que le corresponde" (impuestos, tributos, respeto), Pablo hace una transición magistral para hablar de la única deuda que es permanente y universal: el amor.[4] De esta forma, conecta las obligaciones cívicas con el deber fundamental que engloba toda la vida del creyente.
Tema Central
El tema central es la primacía y la totalidad del amor como cumplimiento de toda la Ley de Dios.[5] Pablo enseña que, mientras debemos esforzarnos por no tener deudas materiales o sociales, hay una "deuda" que siempre tendremos: la de amarnos unos a otros.[1][4] Demuestra que todos los mandamientos específicos que protegen la relación con el prójimo (no matar, no robar, etc.) encuentran su resumen y su sentido último en el gran mandamiento de "amar al prójimo como a ti mismo".[2] El amor, por tanto, no es un mandamiento más, sino la esencia misma de la voluntad de Dios para nosotros.
Aplicación a nuestra actualidad
En un tiempo lleno de normativas, reglas y polarización, este texto nos recentra en lo único verdaderamente indispensable. Es fácil perderse en el cumplimiento de normas externas o en debates sobre lo que está bien o mal, y olvidar el criterio definitivo: ¿esto que hago, digo o pienso nace del amor y construye al otro? El amor del que habla Pablo no es un simple sentimiento o una emoción pasajera, sino una decisión activa y constante de buscar el bien del otro.
Este pasaje nos invita a examinar nuestras motivaciones más profundas. Podemos cumplir con todas nuestras obligaciones (pagar las cuentas, ser buenos ciudadanos, ir a la iglesia) pero si no lo hacemos desde un dinamismo de amor, nos quedamos en la superficie. El amor es mucho más exigente que la ley, porque no se conforma con "no hacer el mal", sino que nos impulsa a buscar creativamente todas las oportunidades para "hacer el bien". Es la fuerza que nos lleva a pasar de una moral de mínimos a una vida de máximos, entregada al servicio y al cuidado de los demás.
Preguntas para la reflexión
¿Cómo cambia tu perspectiva el pensar en el amor no como una opción, sino como tu única y constante "deuda" con las personas que te rodean?
Al final del día, si evaluaras tus acciones no por su eficiencia o corrección, sino por la cantidad de amor que pusiste en ellas, ¿cuál sería el resultado?
Piensa en una norma o un mandamiento que te cueste vivir. ¿De qué manera el enfocarlo desde el deseo de amar más y mejor a tu prójimo podría ayudarte a comprenderlo y vivirlo de otra forma?
Más allá de no hacer daño a los demás, ¿qué pasos proactivos estás dando para buscar activamente el bien de tu familia, tus compañeros de trabajo o tus vecinos?
Oración
Señor, que eres la fuente de todo amor, te pido que derrames tu Espíritu en mi corazón. Ayúdame a comprender que toda tu ley se resume en amar. Libérame de la tentación de conformarme con cumplir normas y ábreme a la exigencia gozosa de buscar siempre el bien de mi prójimo. Que cada uno de mis actos, desde el más grande hasta el más pequeño, sea una forma de pagar esa dulce deuda de amor que tengo con todos mis hermanos y hermanas. Amén.